Limitaciones que a menudo olvidamos
En diferentes ocasiones y por motivos diversos tengo la tentación de ir recordando todo lo que la Unión Europea no es.
Por ejemplo, el 19 de marzo recién pasado publicaba en mi blog «La Unión Europea, la crisis y el virus» (https://lacalmatraslatormenta.wordpress.com/2020/03/19/la-union-europea-la-crisis-y-el-virus/), donde destacaba precisamente lo que la Unión Europea no es: no es una unión política, ni una unión monetaria, ni una unión fiscal, ni una asociación de protección mutua, tampoco una unión en materia de política sanitaria.
Últimamente, además, nos obligan a asumir cada dos por tres que la Unión Europea tampoco es un espacio judicial unificado ni una unidad en el ámbito de las relaciones internacionales.
No es un espacio judicial unificado, no ya por los dispares pronunciamientos judiciales acerca de los independentistas catalanes y sus muchas derivaciones en Bélgica, Alemania, Luxemburgo, etc., sino porque ni siquiera está clara la división y aún menos la jerarquía de los tribunales europeos y los nacionales. Esto hace que nos encontremos con un asunto como el de la sentencia del Tribunal Constitucional alemán, que cuestiona un programa de compra de bonos puesto en marcha por el Banco Central Europeo en 2015, en abierta contradicción con una sentencia anterior del tribunal europeo. Y esto suscita, ya en puertas de la tercera década del siglo XXI, una postura tan elocuente como la del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE), replicando a Alemania – a su Tribunal Constitucional, nada menos – que es el único competente para decidir si el Banco Central Europeo cumple la ley.
A estas alturas, el TJUE se tiene que descolgar con un comunicado para asentar la idea, y ratificarla ante los Estados miembros, de que los tribunales nacionales “están obligados a garantizar el pleno efecto del Derecho de la Unión. Solo así puede garantizarse la igualdad de los estados miembros en la Unión creada por ellos”.
Y así sucesivamente.
En el contexto descrito, que se resume en todo lo que la UE no es, resulta especialmente inquietante un componente extra en la negación europea: la UE no es una potencia con una presencia internacional reconocible. Los intereses nacionales están en todo momento en primera línea a la hora de decidir y actuar en las relaciones con terceros países. Esto es sin duda cierto: tiene viejos antecedentes y componentes modernos muy vigentes hoy en día.
Hay asuntos que vienen de lejos o no tan lejos, pero sin duda intervienen en cualquier definición que se intente para esa presencia internacional conjunta: desde las viejas trayectorias imperiales hasta los más recientes conflictos militares y sus derivadas, hay un amplio abanico de peculiaridades nacionales que casi siempre se acaban imponiendo en las actuaciones por el mundo y rebajan a mínimos los ámbitos de acuerdo inter-estados.
No parece necesario insistir mucho en lo de las trayectorias imperiales: de ellas se derivan relaciones con las antiguas colonias que marcan rutas propias en diversas facetas, cosa apreciable en materia de acuerdos comerciales, acuerdos intergubernamentales (de nacionalidades y derechos personales reconocidos, por ejemplo), de convergencia en asuntos culturales de gran amplitud, etc. Gran Bretaña, España, Francia, como principales cabezas de antiguos imperios transoceánicos, mantienen una gran variedad de relaciones privilegiadas con sus ex colonias.
Hasta aquí, todo encaja con el pasado y con los rastros culturales compartidos que han arraigado y facilitan múltiples convergencias por separado. Pero ya en los tiempos modernos nos encontramos con unos elementos menos conocidos y, sobre todo, menos aireados. Tienen que ver con los enfrentamientos militares y políticos del siglo XX, sobre todo en su segunda mitad, y con su extrapolación hacia el siglo actual.
Una manifestación extrema de las consecuencias de esta historia reciente es la presencia de tropas extranjeras en varios países de la Unión Europea. Una vez caído el muro de Berlín y deshecha la dominación soviética de la Europa del este, lo que queda es la omnipresencia norteamericana y de su brazo armado, la OTAN. Por lo pronto, hay bases militares, navales y aéreas en varios países, y contingentes de tropas importantes en algunos de ellos.
Italia (6 bases, con fuerte presencia naval), Reino Unido (5 bases militares) y Alemania (9 bases con más de cincuenta mil hombres) son los países europeos que más bases albergan, pero también las hay en España (Rota, naval, y Morón, aérea), Grecia y Portugal, además de otros países ribereños del Mediterráneo.
La pregunta es casi superflua: ¿qué política exterior independiente puede desplegar cada uno de estos países habitados por fuertes contingentes armados de los EEUU? Una vez señalado esto, hay que añadir un elemento de segundo rango pero muy importante: ¿hacia quién dirige sus focos la potencia extranjera que ocupa estas bases, las dota de medios navales, aéreos o militares, y las utiliza en momentos de crisis de su política hacia el resto del mundo?
Difícilmente se puede pensar en una política exterior autónoma de cada Estado miembro de la Unión Europea con respecto a los EEUU. Más difícil es concebir una base mínima de acuerdo entre esos Estados para formular y aplicar un política exterior compartida, por ejemplo debido a que las bases que cada Estado alberga apuntan hacia objetivos que son determinados por el titular de las mismas, que a efectos europeos pueden hasta ser contradictorios. Por ejemplo, con apoyo en la base aérea de Morón se puede organizar un puente aéreo de suministros para surtir a contingentes preparados para hostigar a Irán. ¿Puede Alemania, al mismo tiempo, desplegar una política propia hacia ese país, por ejemplo en forma de acuerdos comerciales? Parece más que dudoso, y la Unión Europea desde luego que no lo puede hacer. Lo que se dice aquí en el caso de Irán vale para todos los países hacia los cuales EEUU despliega su furia militar (y casi no hace falta recordar el hostigamiento norteamericano a Venezuela, del que la Unión Europea participa sin que se sepa muy bien por qué).
La derivada funcional de todo esto es casi anecdótica: existe un «Alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad», cuyas funciones resultan puramente retóricas si uno se atiene a la ausencia de política exterior unificada en la UE. Sin embargo, se nomina a una persona para que ejerza este cargo, lo que hace pensar en una figura decorativa para aparentar que se tiene lo que no se tiene.