Liberalismo económico y liberalismo político

Galimatías interesado o simple incultura

Liberal, liberalismo. Son términos recurrentes en las columnas políticas y económicas de la prensa y de otros medios de información. No es criticable el uso, pero sí lo es la confusión reiterada entre acepciones que no son equivalentes y ni siquiera se sitúan en el mismo plano de la vida de una sociedad.

Se ha terminado imponiendo la alusión al liberalismo económico al amparo del palabro que concentra casi toda la atención de los sabios de la economía en estos tiempos de tribulaciones sin fin: «neoliberalismo». Para sintetizar una argumentación pobre que no necesita profundidad ni matices porque tiene el respaldo de los poderes financieros dominantes, o como anatema desde las posiciones críticas que intentan demostrar el perverso papel que juega su aplicación en la ampliación de la crisis y de las penurias de la población.

Hasta aquí no hay mucha novedad respecto del liberalismo económico convencional ni respecto de la sacrosanta misión depuradora del «laissez-faire»: que el Estado no toque nada porque todo lo perturba y la economía ‘libre’ no sabe cómo funcionar ante los impuestos, los controles, las reglas del intercambio comercial, las regulaciones laborales, y un largo etcétera. Lo peor de este planteamiento es que solo vale para los libros de texto, porque en cuanto se utiliza como arma teórica para sostener una política económica el desastre está garantizado; no hay más que ver los resultados y cómo las primeras reacciones, tras casi cuarenta años de tortura neoliberal, consisten precisamente en comenzar a poner en cuestión la validez de semejante apuesta.

Y entonces aparecen las confusiones: el creciente descrédito del neoliberalismo arrastra consigo a cualquier planteamiento construido desde el liberalismo político. Se llega así a decir que el liberalismo político siempre ha sido reaccionario, siempre ha estado ligado a las posiciones sociales más conservadoras, etcétera. El liberalismo político ha tenido en España una presencia episódica y sobre todo efímera. Esto conlleva una ignorancia profunda de lo que puede representar o haber representado.

No es excepcional, en otros países, la coexistencia de un partido conservador y un partido liberal, lo que conduce inevitablemente a preguntarse cuáles son sus espacios respectivos. Y la observación de sus trayectorias y de sus papeles en diferentes coyunturas remite a algunas evidencias directas: primera, que los liberales son proclives a la apertura ideológica y a la tolerancia con las novedades que se van abriendo paso en la sociedad, a diferencia de las tentaciones atávicas de los conservadores; segunda, que allí donde la religión – cualquiera que sea su versión cristiana – tiene un peso cultural significativo, los liberales se sitúan en posiciones ‘librepensadoras’ al tiempo que los conservadores se mantienen muy imbricados con el tradicionalismo; tercera, que los liberales tienen una ya larga historia de pactos y entendimientos en la línea de los típicos partidos ‘bisagra’, en tanto que los conservadores tienden a preservar sus señas de identidad por encima de cualquier coyuntura (seguramente desde esta constatación es fácil entender por qué y cómo se les desprendió en una época el ala democristiana, más inclinada a integrar en su ideario cierta vocación social); etc.

En definitiva, la analogía que se ha ido imponiendo entre liberalismo político y liberalismo económico no tiene la menor utilidad académica pero sí parece práctica para simplificar posiciones políticas y, sobre todo, para que se abra camino una versión degradada del liberalismo político que enmarca conductas sociales e individuales a menudo difíciles de aceptar, como las que se promueven desde la extrema derecha.

Ni hablar de un gobierno progresista

La patronal exige su parte

La prensa se hace eco de la preocupación que siente la CEOE por nuestro país: «CEOE pide que «se exploren» opciones de Gobierno que garanticen la estabilidad política y la moderación«.

La estabilidad política es fácil de traducir en términos comprensibles para todo el mundo: statu quo, no muevan nada. La moderación quiere decir: evite usted todo temblor social, no sea que perdamos pié y llegue alguien a pensar que puede tomar el relevo y quitarnos el mando.

En términos prácticos, todo esto viene a decir quiero conservar mis prerrogativas en relación con los dineros de la economía española. Dos asuntos principales: primero, siga usted adelgazando el sector público, que de ello obtendré yo ventaja copando los nuevos nichos de mercado, esos que todavía pueden aparecer en la enseñanza, la sanidad, la dependencia,… y a ver si me hace usted un hueco interesante con un sistema privado de pensiones; segundo, no vigile en exceso la caja pública, porque yo, capitán de empresa, no se abrir nuevos negocios si no es empezando por una subvención, algún  contrato publico apañado,  y, por último, una ingeniería fiscal creativa para ahorrar impuestos.

Todo esto no hace sino confirmar algo que todos los ciudadanos españoles deberíamos saber hace ya tiempo (no menciono a súbditos y vasallos, que no se enteran): el empresariado español, per se, no existe, nunca ha existido, o quizás, si matizamos, aparece solo de forma excepcional. El diseño de nuevos negocios, el riesgo que puede acarrear beneficios o pérdidas, la irrupción modernizadora en mercados existentes o la creación de nuevos mercados, todo eso no son sino ensoñaciones de «emprendedores». El buen empresario criollo sabe dónde está el dinero y cómo acercarse a él sin correr riesgos.

Es mejor no pensar en la larga serie de agentes regresivos que existen y operan en la sociedad española, porque si a los pretendidos empresarios sumamos los gestores públicos tocados, los agentes de la autoridad que la imponen sin tutelas, los representantes de la Iglesia y el etcétera que se quiera, puede tomar cuerpo la convicción de que difícilmente conseguiremos avanzar y convertir a este país en una entidad situada en la época moderna, en el siglo XXI.

El estrabismo de la socialdemocracia

Las marcas genéticas siempre acaban imponiéndose

‘La ocasión la pintan calva’: una inserción en  elconfidencial.com, del 17 de noviembre de 2019, se titula «El curioso estrabismo del lenguado: el ojo izquierdo se le desplaza por todo el cráneo y se va a la derecha».

Ignoro  hasta dónde llega la sabiduría del lenguado, pero desde luego parece seguir de cerca la evolución de cierta izquierda española, sobre todo la de algunos de sus próceres y algunos de sus presuntos barones.

Dichas así las cosas, hay que pensar que ese ojo se desplaza porque el ADN se lo dicta. Para la socialdemocracia, si estas afirmaciones tienen relación con la realidad que vivimos, una vez agotados los grandes pactos europeos de la posguerra mundial y desaparecido posteriormente su ya superficial barniz progresista, lo que se deja ver es el ADN de su origen reformista, de aceptación más o menos crítica del sistema y de sometimiento final a las exigencias de la burguesía. Cuando esta burguesía se reconvierte en gestora del capital financiero mundial, la capacidad de adaptación de la socialdemocracia parece no existir en absoluto.

Difícil dilema para ese ojo estrábico. Su función crítica se diluye al desplazarse a la derecha. Y lo que parece cada vez menos probable es que haya una evolución natural de signo opuesto. Ni siquiera cabe pensar que la ingeniería genética puede hacer algo en este sentido. Entonces, ¿cuál puede ser la función social de la socialdemocracia del siglo XXI?

Las especies que no se adaptan terminan por desaparecer.

Exabruptos y propuestas agresivas

Sigue sin haber derecha pos franquista en España

Este hombre parecía tener alguna idea menos tosca en la cabeza:

El eurodiputado del PP José Manuel García Margallo ha publicado este viernes en ABC una carta llamando a su partido a ofrecer a Sánchez un Gobierno de «salvación nacional» para evitar que los «comunistas» y los «bolcheviques» del partido de Pablo Iglesias estén en el Gobierno. «Como la historia de Ciudadanos demuestra, un partido solo es grande cuando responde eficazmente a las aspiraciones de sus simpatizantes. Y si algo es claro es que nuestros electores quieren, sobre todo, tres cosas: España, libertad y bienestar económico». Asegura que estas aspiraciones están en peligro «si se consolida la alianza socialista-comunista-secesionista» (citado en eldiario.es, 15 de noviembre de 2019).

En definitiva, el mismo vacío mental de toda la derecha española. Esa «España» a la que apelan a toda hora es naturalmente la suya, la histórica España de las expulsiones, exclusiones, juicios sumarios y represiones (un breve recorrido por la historia desde los reyes católicos muestra una trayectoria en la que se suceden todos los actos posibles de desprecio a la unidad nacional en nombre de la «unidad nacional»). Esa «libertad» que constituye la excepción en la historia política de España y que, desde luego, nunca ha recibido de la derecha española los cuidados que se merece, y no parece que esto vaya a cambiar en los tiempos cercanos. Y el «bienestar económico», eso que debe entenderse como ellos lo reivindican: todo para mí, y solo algunas migajas para los demás si es que hay sobras.

Semejantes «reflexiones» remiten a una línea política que impone una alianza del PP con Vox, única forma posible para intentar frenar «la alianza socialista-comunista-secesionista». Todo lo demás son ensoñaciones de perdedores.

También pueden ser soflamas golpistas como las que fue lanzando la derecha chilena cuando preparaba el golpe de Estado de 1973, que encabezó Pinochet porque estaba ahí en ese momento.

Surge entonces, más que la duda, la sospecha de que la derecha se ve a sí misma en una situación de difícil salida. Tiene que elegir: o bien un proceso, seguramente lento, de asimilación de un papel propio de derecha civilizada europea; o bien una arremetida de extrema derecha, con claros tintes golpistas, como la que anticipa García Margallo en su mensaje.

 

Conservadurismo político y ruptura del pacto social

El inmovilismo político como manifestación de una cultura anquilosada

La totemización de la Constitución del 78 procede de los cuatro puntos cardinales. Incluso de quienes la rechazaban, como la derecha neo franquista a través de los populares (AP antes, PP ahora), y de quienes la consideraban incompleta cuando no manifiestamente obsoleta, como los grupos a la izquierda del PSOE. E incluso de ardientes defensores como el PSOE, partícipe activo en su gestación y primer actor en su vaciamiento desde la época de Felipe González.

Algo se oculta tras esta defensa de un pasado que no es exactamente glorioso, desde el punto de vista democrático, lo que no obsta para asumir que mejor esto que el franquismo puro y duro. El déficit democrático es demasiado evidente a estas alturas de la historia política de España, de manera que la única explicación para lo que viene a ser una defensa numantina de la Constitución es el apego al inmovilismo político. Emblema superior de este tipo de práctica ha sido y es Mariano Rajoy, pero no hay que engañarse al respecto: en realidad su nombre sirve como tapadera para que se disimulen las tentaciones inmovilistas de otros dirigentes, en particular organizados en y alrededor del PSOE.

Ítem más: la apelación reiterativa al orden público por parte de los partidos instalados en el uso de la garrota como instrumento político es otra forma de manifestarse la afición al inmovilismo. ¿Qué otra cosa que una feroz resistencia al cambio es lo que se manifiesta con ese recurso continuo al porrazo judicial y policial?

Y así, de parálisis en parálisis, nos dedicamos a repetir elecciones mientras eso que dan en llamar la «crisis» vuelve a mostrarnos su fea cara. No es «crisis», es otra cosa, mucho más inquietante, pero dar el paso de pensar seriamente en ello sería un abandono injustificado del inmovilismo. Por eso, unos y otros repiten expresiones ya conocidas, que no alcanzan el estatus de argumentos y propuestas consistentes porque se quedan en el mero enunciado de intenciones.

Entre las intenciones destacan algunas que ya tienen su presencia legitimada por la simple reiteración. Otras, en cambio, necesitan abrirse camino en las formulaciones programáticas para ir cogiendo cuerpo e ir siendo aceptadas por el vulgo. Las primeras, las ya legitimadas, muestran una total ausencia de valoraciones con un mínimo fundamento, seguramente porque les basta con suscitar reacciones puramente emocionales para alcanzar el suficiente reconocimiento social. El primer lugar en la jerarquía se le puede adjudicar al mundo laboral, ese que es víctima, según se dice, de una legislación retrógrada (de donde emana la idea de que hay que revertir la conocida como «reforma laboral») y de una propensión judicial a modificar la doctrina incluso pasando por encima de la Constitución (la sentencia sobre el despido: la extinción del contrato de trabajo por «absentismo»). Ante esto, el inmovilismo político sirve para ahorrarse la búsqueda de causas estructurales del destrozo ocasionado en el empleo y quedarse tan tranquilamente en el razonamiento simple: modifico la ley, llamo al orden a los jueces y asunto resuelto. Mientras no se entienda que todo esto constituye el componente principal de la ruptura del pacto social que ha necesitado el nuevo capitalismo financiero, no se podrá afrontar sus causas y sus principales consecuencias.

Las otras, las propuestas que todavía no alcanzan el rango de la legitimación social, son aquellas que van emergiendo en el curso de una campaña tras otra. Y con tantas campañas sucesivas no es raro que el tropel crezca con rapidez y se acabe convirtiendo en un batiburrillo informe, un galimatías que nadie se esfuerza en organizar de manera mínimamente coherente. En este enredo se mezclan problemas de colectivos determinados (pensionistas, mujeres, dependientes, inmigrantes,…), asuntos que presuntamente tienen gran calado (el cambio climático, sus causas y sus remedios), crisis parciales que tan pronto afloran como desaparecen (la liquidación de las centrales eléctricas de carbón, algunas industrias en trance de desaparición,…), y así otras cuestiones que pueden eternizarse o perder su sitio en unas semanas. Todo esto adorna discursos pero no centra las ideas de fondo, porque tras la batalla electoral nadie retoma sus planteamientos para concretar respuestas de alcance global.

Al final volvemos al punto de partida. Está claro: pararse a pensar, analizar los problemas en sus fundamentos, pergeñar respuestas consistentes y formular estrategias a medio y largo plazo son ocupaciones que requieren esfuerzo, tiempo y dinero. Pero antes que nada requieren la disposición a afrontar los problemas de fondo, y esto implica salir de la modorra centenaria y poner la política en primer plano y al servicio de la sociedad.

Solo una ciudadanía consciente puede emprender este camino y dejar atrás el inmovilismo político. Para ello hay que educar, tarea que se inicia obligatoriamente analizando y discutiendo colectivamente las grandes cuestiones que amenazan a esta sociedad. Las declaraciones de intenciones y los juegos malabares de las campañas electorales no aportan nada, y, lo que es peor, impiden que aflore y se consolide la consciencia de las dificultades del esfuerzo que debemos abordar de forma urgente.

Un mal síntoma

Pero no todo es obcecación

Monedero responsabiliza directamente a Errejón de la caída de Podemos. Pero las cifras son tozudas: en todas las elecciones posteriores a 2015 Podemos ha ido perdiendo apoyos, y en este 2019 no hay razón alguna para suponer que esa trayectoria sufra un vuelco en el futuro.

Concretamente: de 71 a 42 diputados cayó Podemos sin la intervención malévola de Errejón. Parece que esos 29 de diferencia no son nada al lado de los 7 que han perdido ahora.

Mal cálculo. Da toda la impresión de que este horrible manejo aritmético tiene una finalidad muy importante: evitar cualquier análisis que revise la estrategia seguida hasta ahora, de la que se podría suponer, razonablemente, que tiene algo que ver en esta pérdida.

Ausencia total de autocrítica. No es exclusiva de Pablo Iglesias ni de Alberto Garzón: tampoco Pedro Sánchez quiere entrar en ese camino que es siempre esclarecedor pero pone en riesgo la permanencia del líder.

Por esta vía no se va a ninguna parte, salvo hacia el borde del precipicio. Nosotros no queremos asomarnos a mirar qué hay en el abismo, así es que tómense el asunto en serio y empiecen por no responsabilizar a los demás de los errores propios.

Por suerte, da la impresión de que más de alguien se replantea la situación y la contempla con otra mirada, empezando por Ada Colau, que dice «O las izquierdas hacen un frente amplio, o nos vamos todas a la mierda».

Entendimiento razonable en lugar de reproches gratuitos.

Encuestas permitidas y encuestas prohibidas

En tiempos de internet, prohibir encuestas es una solemne estupidez. Además, la dicha prohibición afecta realmente a la publicación de los resultados por los medios de comunicación, no a la realización material de encuestas. De hecho, como todo el mundo debería saber, partidos y otras entidades siguen haciendo encuestas, incluso durante el día de reflexión (otro invento, este día de reflexión, que es para hacérselo mirar; o al menos para cambiarle el nombre).

Pero hay unas encuestas que están permitidas: todas las que se hacen hasta la hora cero de la prohibición. CIS al margen (y al margen también las instituciones análogas de Cataluña y el País Vasco), porque ahí se juega en otra división, las encuestas habituales producen desde vértigo hasta bochorno. Es claro que quienes las promueven y ejecutan no tienen manera de financiar grandes despliegues. Por esta razón estamos ante sondeos muy modestos. Lo malo es que olvidando a propósito esta evidente limitación, los medios que las hacen o encargan se embarcan en locas predicciones que carecen del menor fundamento, o al menos solo tienen fundamento para unas previsiones modestas de orden muy general. Desde luego no para la asignación de escaños y mucho menos para cubrir todo el espectro de las listas electorales presentes en la batalla y de todas las circunscripciones, hasta las más pequeñas.

Así, entre paréntesis, hay que incorporar la hipótesis más razonable a este respecto: las encuestas tienen el triple propósito de informar, vender y orientar. Es decir, no se trata única ni principalmente de reflejar el comportamiento del electorado sino de teledirigirlo hasta donde sea posible. Se puede sospechar que el componente orientación tiene un peso significativo en la mayoría de las encuestas que se suceden día tras día. Y no olvidar el componente comercial: la información es una responsabilidad social y un derecho ciudadano, pero es también una mercancía, de manera que para los medios es obligado estar en la brecha de las encuestas a fin de no perder el sitio.

Solamente por esbozar una explicación sencilla acerca del reducidísimo alcance de todas estas experiencias, un pequeño ejercicio aritmético. Los tamaños de las encuestas (de los diseños muestrales) suelen situarse en torno a las 1.000 unidades: puede decirse que es la media aritmética de las encuestas cuyos resultados son publicados por los medios y que éstos cada vez más acompañan de las fichas técnicas correspondientes (poco a poco se ha extendido esta práctica, aunque demasiado a menudo se trata de cuatro parámetros básicos sin más explicación; por cierto, jamás se hace referencia al cuestionario aplicado). A esas 1.000 unidades se les efectúan entrevistas telefónicas (según mi experiencia personal, sin verificación alguna de la identidad de quien contesta a la llamada: puede ser un menor de edad, por ejemplo), de las que en primera instancia se derivan dos referencias globales fundamentales: un porcentaje de abstencionistas y un porcentaje de indecisos. En esta ocasión nos encontramos con estimaciones bastante confirmadas por todos los medios (no se puede descartar que tales estimaciones se impongan como una moda del momento y muchas encuestas las tomen como referencia sin más): un 30% de abstencionistas y un 25-35% de indecisos.

La cuenta inicial es muy sencilla: 300 entrevistas (el 30% de 1.000) quedan auto excluidas de los cómputos porque corresponden a abstencionistas, con lo que la base de estimación ya es solo de 700 unidades; de éstas, entre 175 (25%) y 245 (35%) son no respuestas a efectos de adjudicación de porcentajes a las listas electorales (los conocidos como «indecisos», de los que resulta difícil saber con certeza si se trata de indecisión o de ocultación). En consecuencia, solamente quedan entre 455 y 525 entrevistas «útiles» a efectos predictivos (para 50+2 circunscripciones).

Con estas cifras puede hacerse una previsión de voto en términos de grandes porcentajes para el ámbito nacional y poco más. Desde luego es imposible disponer así de una base de cálculo estadísticamente válida para la asignación de escaños, lo que es verdad no solamente para las circunscripciones pequeñas, que es lo que se argumenta una y otra vez para disimular la limitada validez global de todo este juego.

Para completar el panorama se puede añadir una larga lista de elementos de incertidumbre, que limitan aún más la validez de estas operaciones: la irrupción de nuevas listas electorales que no pueden ser objeto de la «cocina» habitual; los acontecimientos que marcan la coyuntura en las diferentes fechas de las sucesivas encuestas y seguramente inciden sobre las respuestas de diferentes maneras; los cambios metodológicos de las encuestas del CIS, cuyos resultados detallados son utilizados con frecuencia para los refritos y cuyas estimaciones globales inspiran a los diseñadores de encuestas, lo quieran o no; la proliferación de «expertos» que organizan todo tipo de mezclas de resultados de encuestas, dejando de lado la pobreza de las mismas, su heterogeneidad y sus limitadísimas posibilidades, con lo que añaden otro componente discutible más a este galimatías.

Después de la batalla, siempre se efectúa la operación de legitimación de este juego: nunca falta alguna encuesta que se acerca a los resultados reales y que permite a los habituales afirmar categóricamente lo buenos que son quienes han acertado. Lo malo es que nadie puede aventurar a priori cuál es la encuesta que más se acercará a los resultados electorales, de manera que el propósito predictivo se pierde entre la maraña de la información sesgada y la manipulación partidaria.

Una conclusión mínima: aparte de la prohibición, que carece de sentido a estas alturas, debería definirse un patrón de calidad, de manera que las encuestas permitidas cumplieran con al menos un par de condiciones obligatorias: explicitar con el debido detalle la ficha técnica de cada encuesta, incluyendo el cuestionario, y exigir una relación tamaño muestral-tipología de previsiones que respetara un nivel de calidad estadística técnicamente aceptable.

Por ahí van las cosas

Redoblando los argumentos

Nunca hubiera imaginado yo que el artículo «Siempre con el paso cambiado», colgado en mi blog el 8 de noviembre de 2019, iba a contar con el respaldo del FMI.

Es broma pero no es broma.

En eldiario.es, Marina Estévez Torreblanca titula su columna de la misma fecha «La derecha plantea restar competencias a las autonomías mientras el FMI receta descentralización contra la desigualdad». Lo que se resume muy bien en dos frases de ese texto:  «El Fondo Monetario Internacional (FMI) ha publicado un informe esta semana que considera la descentralización administrativa en los estados una herramienta para acabar con las desigualdades regionales. Llega más allá y recomienda «aumentar la redistribución del ingreso mediante impuestos y pagos de transferencias». Esto es, conceder más competencias a las regiones en la recaudación de tributos, no solo en su reparto para el pago de servicios».

Precisamente este tipo de revisiones por parte del gran capital internacional (espero que nadie dude del lugar que en él ocupa el FMI) es lo que me interesaba comentar al señalar que siempre llevamos en España el paso cambiado. Y la línea «editorial» del FMI va en un sentido muy preciso, intentando abrir una nueva vía y recuperar el ritmo perdido: se propugna un Estado fuerte, sostenido por una subida de impuestos, descentralizado, para acercarlo a los ciudadanos, y consagrado a la realización de transferencias sociales, todo ello orientado hacia una redistribución del ingreso. En suma, se encuentra aquí la ratificación, desde instancias supranacionales oficialmente reconocidas, de la justeza de las nuevas orientaciones de las grandes empresas que conforman el conglomerado del capital internacional, y, ante todo, de esas cúpulas directivas que no se reprimen diciendo que la deriva actual conduce al desastre: la desigualdad extrema bloquea todo desarrollo.

En estas mismas fechas proliferan en España los adalides de la recentralización institucional, de la disminución de los impuestos y de la supresión de las transferencias. Y no hay noticia de que el empresariado español les diga algo, por ejemplo que es un camino conducente al suicidio colectivo y, de rebote, a la pérdida de posiciones en la sociedad de los privilegiados del capital.

A menudo, en estas batallas de opinión que se libran en España con motivo de las campañas electorales, resulta difícil, por no decir imposible, encontrar los fundamentos sociales de las posiciones de la derecha política. Ante ello es obligado apelar a explicaciones históricas, todas ellas arraigadas en el inmovilismo de las oligarquías hispánicas: un capital económico y un empresariado cuyo origen no se remonta más allá del franquismo, muy afianzado, y una cultura general sometida aún a los atavismos de la Iglesia Católica. Buena explicación parece, pero no se sabe si suficiente. Quizás haya que escarbar más cerca en el tiempo y entonces descubrir que los defensores acérrimos de ese neoliberalismo rancio son precisamente quienes más propensión tienen en España a vivir de las «mamandurrias», personas de enorme cinismo que combinan sin pudor un discurso puritano y una forma de vida basada en gestionar en beneficio propio los dineros públicos.

Y por ese camino quieren seguir, a pesar de las nuevas directrices que vienen de arriba.

Siempre con el paso cambiado

Hay que  entender por qué casi nunca acertamos con el sentido de la historia

Estamos en plena época de revisión de los principales postulados del capitalismo actual. Según pasan los meses, la disección del sistema avanza hacia conclusiones verdaderamente lapidarias.

A menudo he mencionado en mis artículos una famosa disertación de Larry Summers, de hace unos años, en la que centraba sus ideas alrededor de la hipótesis de que el capitalismo ya solo estaba siendo capaz de avanzar de burbuja en burbuja. Hace poco, el pensamiento de un conocido empresario norteamericano quedaba reflejado en un artículo del New York Times, que, tras el título «We need a new capitalism», resumía su exposición con una frase: “Como capitalista, creo que es hora de decir en voz alta lo que todos sabemos que es verdad: el capitalismo, tal como lo conocemos, está muerto”. En una publicación española, el 20 de octubre de 2019, se incluía una monografía titulada «El capitalismo ha muerto, viva el capitalismo». Y hoy, 8 de noviembre, se cuenta en la prensa online que «180 empresarios estadounidenses proponen dejar de priorizar la obtención de beneficios por unos propósitos más justos para la sociedad»; es decir, vienen a reconocer que por el camino actual la sociedad acabará empantanada.

En esta atmósfera nos encontramos con que las recetas de la derecha española van en otra dirección. Esta derecha política, a la que debemos suponer próxima al gran capital y al empresariado español en general, expone su concepción económica de cara a las elecciones legislativas del 10 de noviembre centrándose en la bajada de impuestos y en la minimización del sector público. Es decir, sitúa el eje de su concepción económica en las facetas más primitivas dentro de los postulados del neoliberalismo.

Desde hace siglos España va con el paso cambiado. Ni revolución democrática ni revolución industrial. Se nos escapa la revolución tecnológica. Con una derecha como la que sufrimos aquí tardaremos varios siglos más hasta coger el paso.

Si pretendemos no seguir caminando por la orilla externa de la historia, es este uno de esos momentos en los que son más necesarias la comprensión de la situación y la determinación de cambiarla.