Culpas y creencias

En el lenguaje corriente que emplean todos los medios, sean de la ideología que sean, siempre me llama la atención la frecuencia con que se apela a la culpa y la creencia. «Quién tiene la culpa» es una pregunta retórica habitual. «Creo que» es una fórmula con la que muy a menudo se inicia la exposición de un asunto cualquiera. La culpa ocupa el lugar de la responsabilidad y la creencia el lugar del pensamiento.

A mí no me cabe duda:

La culpa se dilucida con el confesor. La responsabilidad se dirime ante la ciudadanía.

La creencia es la certeza espiritual. La realidad exige razones.

Como en este país el pensamiento propio es a menudo menospreciado, apelo a un referente intelectual que me da cobertura (tiene que ser anglosajón, en lo posible, y mejor si es norteamericano, por aquello de la hegemonía mundial). Por eso aprovecho una entrevista a Donna Haraway, que publica eldiario.es (26 de junio de 2019), bajo el título «Pensar que la realidad es una cuestión de creencias es herencia de las guerras religiosas», y afirmo por mi cuenta que tanto las creencias como las culpas son materia religiosa y no deberían formar parte, salvo excepcional o metafóricamente, de la reflexión política.

Pero hay que recordar, también, que en España hay, entre otras, una jefa espiritual llamada Ana Rosa Quintana, habilitada por la audiencia a decir, a propósito de la referencia de Zapatero a los indultos, que “esto es muy grave”. “Este señor, después de estropear todo el tema de Venezuela, ¿qué va a venir? ¿A joder… ehhh… a fastidiar Cataluña? De verdad…”, aseguró.

Siempre llegamos a lo mismo: entre la culpa y la responsabilidad, entre la creencia y la reflexión, acabamos en la sinrazón y el exabrupto.

Lo que le espera a Madrid

Pobre ciudad y pobres ciudadanos

Me he dado el trabajo de leer lo siguiente: «La agenda oculta de Almeida pactada con Vox de la que Villacís no habla», «La extrema derecha hace 33 aportaciones, unas parciales y otras completas, al documento de 80 puntos firmado entre PP y Ciudadanos», publicado por elpais.com el 16 de junio de 2019.

El resumen que hace de esto eldiario.es: «Las tres derechas diseñan una capital con bajos impuestos, grandes obras y sin Madrid Central«.

Produce consternación. Explico por qué:

Primero: porque la orientación general del documento, añadidos de Vox incluidos, se mueve entre el patrioterismo de barra de bar y la liquidación de todo lo hecho en los cuatro años del Ayuntamiento anterior.

Segundo: porque esos dos grandes postulados se entrelazan en una exposición caótica de intenciones sin la menor coherencia, desde alcorques y nuevos árboles a suelo para la educación concertada (se añade la pública, aunque solo sea por disimular).

Tercero: porque el tono de los ya famosos ochenta puntos se mantiene a través de una serie de enunciados grandilocuentes de relleno, en los que resulta imposible descubrir cualquier contenido real.

Cuarto: porque cuando el o los redactores presienten que la lista se les agota, mantienen el pulso del documento con una interminable colección de afirmaciones categóricas redactadas para salir del paso en pocas palabras.

Quinto: porque abundan las amenazas de túneles por doquier, incluyendo la idea de levantar la Gran Vía para soterrar el tráfico (cuántos años de ciudad patas arriba y cuántos miles de millones de euros de nueva deuda, nadie lo sabe; también se desconoce hasta dónde puede llegar la catástrofe comercial del centro de la ciudad en estas condiciones).

Sexto: las propuestas patrióticas son de sentido único, como cabe esperar de Vox, sin olvidar a los tercios de Flandes (nadie sabe cómo se coloca este producto al llegar al Parlamento europeo y compartir grupo con los nacionalistas flamencos).

Séptimo: no hay la menor cifra que resuma los costes de todo esto, aunque es indudable que la saneada situación financiera del Ayuntamiento no forma parte de la herencia a suprimir; más bien será el soporte de las insensateces planteadas sin ton ni son.

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De todo esto realmente se saca muy poco en limpio. La cuestión de fondo es evidente: se trata de recuperar el poder, y esto en las ventajosas condiciones que va a procurar el saneamiento financiero del Ayuntamiento. Para el PP, que manejará Comunidad y Ayuntamiento, el objetivo principal es el de rentabilizar la gestión de estas Administraciones en la recuperación de su peso político. Para Vox el éxito es indudable e imprescindible: se legitima y al tiempo comienza a manejar unas palancas administrativas y presupuestarias que quizás le eviten una temprana desaparición. Para Ciudadanos es imposible descubrir cualquier rentabilidad política, aunque si se trata de personas seguramente algunas de ellas, bien situadas, podrán en su caso afianzar sus carreras políticas individuales. Para los ciudadanos, con independencia del balance que se haga del período recién terminado, la sensación al terminar de leer es nítida: la cosa no va con nosotros. Todas las referencias al interés general son huecas y las pocas concreciones no pasan de ser negaciones del inmediato pasado.

Nos espera, a la ciudad y a quienes la habitamos, un verdadero calvario. Y si en el mejor de los casos es posible recuperar un gobierno municipal creativo y positivo para la ciudadanía, habrá que ver con qué nos encontramos si pasan varios años en lugar de unos cuantos meses.

La industria española en perspectiva

¿Un papel para la industria en la España del siglo XXI?

«Evolución del mercado laboral: La industria sigue sin recuperar 420.000 empleos desde la crisis«.

Esta noticia aparece en lavanguardia.com del 7 de mayo de 2019. Es sin duda algo importante, pero la forma de tratar esta cuestión es, más que nada, extremadamente peligrosa. Traducida libremente viene a decir ‘se ha perdido empleo industrial a causa de la «crisis», lo malo es que «sigue sin recuperar» tras estos años de bonanza’.

La lectura más pausada y cercana a la realidad sería: la industria ha perdido 420 mil empleos, no los va a recuperar y ya veremos cuántos más va a perder (el asunto que viene en seguida a la memoria es la serie de advertencias en este sentido que proceden del sector del automóvil).

‘Sentarse a esperar que la recuperación se produzca’, es lo que sugiere el titular mencionado. ‘Ponerse en marcha de inmediato para transformar el modelo económico’, es lo que nos sugiere un acercamiento menos acrítico a la realidad.

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Hasta donde llega mi cultura en esta materia, soy capaz de identificar tres focos recurrentes en la industria española desde hace muchas décadas: la industria pesada de inspiración (y propiedad) pública, la gran industria de capital extranjero y la industria mediana y pequeña de las contadas regiones con vocación propia.

La cuestión crítica, dentro de este panorama, estriba en cuál es la perspectiva a futuro de un sector industrial que, a grandes rasgos, parece abocado a seguir sufriendo el proceso de compresión y ‘achatarramiento’ verificado desde hace ya unos cuantos años.

Entre paréntesis, no está de más una breve contextualización: hay que tener en cuenta que las iniciativas empresariales autóctonas de mayor alcance en tiempos cercanos tienen en España una clara dominante terciaria, como lo evidencian la gran distribución (predominio valenciano), la hostelería de proyección internacional (predominio mallorquín) e incluso el sector de la confección, cuyo componente industrial está mayoritariamente localizado fuera de territorio español (predominio gallego). En otras palabras, en el actual mundo globalizado la gran empresa moderna de origen español se ocupa poco o nada de la vertiente industrial, al menos de la que podría tener su asiento en el territorio peninsular.

En suma, se puede decir que:

  • En la industria pesada del sector público:

El gran motor fue el INI, creación franquista de indudable inspiración mussoliniana. El talón de Aquiles fue la obsolescencia de la industria creada en tiempos del aislamiento de la España franquista, más propia de los primeros tiempos de la revolución industrial y de mercados nacionales protegidos. El acta de defunción, salvo en casos contados de supervivencia alargada para retrasar el derrumbe de algunas economías regionales, la extendió el PSOE en los años ochenta del siglo pasado.

Hoy solo queda algún residuo con una esperanza de vida prácticamente nula, aparte de las industrias transferidas a capitales extranjeros de cuyas expectativas de supervivencia tampoco hay claras garantías .

  • En la gran industria extranjera:

La vieja metalurgia del País Vasco, de origen británico, ha ido desapareciendo.

La rama estrella en el siglo XX ha sido la del automóvil, con la sucesiva irrupción de capitales norteamericanos, alemanes, italianos y japoneses, invirtiendo en nuevas plantas de producción o adquiriendo activos públicos luego adaptados a las exigencias de los mercados modernos.

La perspectiva es sombría, vistas las últimas informaciones sobre reajustes de plantillas y traslados de cadenas de montaje de nuevos modelos a otros países, a lo que hay que añadir una transformación propia de los nuevos tiempos energéticos que parece dirigirse hacia áreas de producción lejanas.

  • En la mediana industria autóctona:

Regiones como Cataluña y la Comunidad Valenciana, sobre todo, han servido de base principal para el desarrollo de ramas como el textil, el calzado, la confección, la alimentación, el juguete, etc., algunas de las cuales han sufrido un proceso obligado de reconversión, adaptándose en algunos casos a las nuevas demandas y en otros optando simplemente por el cierre.

El factor positivo a destacar aquí es que, pese a todo, se puede apreciar una notable capacidad de adaptación y de renovación.

Siguiendo esta línea de análisis se llega a la conclusión de que, salvo contadas excepciones, cualquier desarrollo industrial futuro tendrá que originarse y promoverse desde el sector público e incorporar paso a paso las capacidades propias de la iniciativa privada. La convergencia de ambas fuerzas parece imprescindible para recorrer este camino. Sin embargo, la duda persiste en cuanto a los campos fértiles para nuevos despliegues con perspectiva de futuro.

En los últimos tiempos se repiten diversos planteamientos sobre hipotéticas líneas de nuevo desarrollo industrial. Resulta muy fácil descubrir cuáles son las hipótesis más recurrentes: las nuevas energías renovables demandarían soportes industriales hoy inexistentes o al menos insuficientes; la ingeniería médica es ya un campo abierto y en apariencia continuará siendo un sector puntero; la industria de componentes para los nuevos vehículos eléctricos de todo tipo tiene un reto de gran alcance; etc.

Identificar y concretar campos es tarea compleja y merece una atención muy específica, que debería ponerse en marcha de inmediato con el propósito de ir concretando esas necesarias líneas de desarrollo industrial. Y convendría abordar en primera aproximación una delimitación de ámbitos con características idóneas para despliegues con buenas posibilidades de éxito y susceptibles de avanzar sin excesivas dependencias de centros de decisión situados fuera de España. No obstante, a este respecto cabe recordar que la UE y sus directrices económicas limitan mucho la autonomía de decisión de los Estados nacionales, de manera que cualquier aproximación en el sentido señalado debe ser relativizada en lo tocante a su materialización. ‘Relativizar’ quiere decir, sobre todo, que deben medirse muy bien las intervenciones del sector público, para no chocar con las restricciones europeas en materia de financiación y para no incurrir en ayudas explícitamente prohibidas en las relaciones con el sector privado.

Los antecedentes históricos son más bien desalentadores, las restricciones supranacionales son numerosas y estrechan el campo, pese a ello el esfuerzo tiene que hacerse ya, sin más dilación. Una primera manifestación concreta del compromiso de las fuerzas vivas de la sociedad española en este sentido sería la presencia de la estrategia industrial de renovación del modelo productivo entre los asuntos estrella de los debates políticos, cosa que por ahora sucede rara vez o, más bien, no sucede en absoluto.

Ideología totalitaria y lenguaje equidistante

La cultura española del siglo XXI es incapaz de dejar atrás la terminología oficial y la historiografía del franquismo

Debo reconocer que no deja de sorprenderme la profundidad de la penetración de la ideología franquista tras los cuarenta años de régimen, hasta el punto de no ser contrarrestada por los cuarenta años de democracia. La ideología franquista y, sobre todo, el relato historiográfico del franquismo, han impregnado el lenguaje que se emplea en pleno siglo XXI con un sello que parece imposible de remover.

Viene esto a cuento de una lectura reciente. Tengo en mis manos el número de junio de la revista tintaLibre. En él aparece una breve semblanza biográfica de Manuel Chaves Nogales, de quien el autor hace un retrato muy elogioso. Tras titular «De nota a figura», la entradilla nos dice que se cumplen 75 años de su muerte y que es un autor que ha permanecido ignorado durante décadas.

Aquí reside el leit motiv del artículo. La primera indicación nos dice que «Llegó la Guerra Civil en 1936 y tuvo que exiliarse. Primero a París y luego a Londres, donde murió en 1944» (a los 47 años de edad). Más adelante se repite la afirmación de que «tuvo que exiliarse», ahora bajo una nueva forma: en 1936 y 1937 escribe en Madrid, desde donde abandona el país, «ignorado por ambos bandos». Luego se habla del «ostracismo al que fue condenado», «relegado por los dos bandos». Y este discurso se remata con una frase lapidaria: «Fue odiado por los vencedores y por los perdedores, por lo que desaparece del panorama español».

A estas alturas lo de menos es la andadura del personaje, lo de más la reiteración en una afirmación categórica de equidistancia: «los dos bandos». Un bando: el gobierno legítimo y legal de la República; el otro bando: unos militares golpistas. El primero es el de los «perdedores», el segundo el de los «vencedores». Es penoso e inaceptable, y más tratándose de una publicación en general cuidadosa con semejantes aberraciones.

Siguiendo este hilo argumental, hay que decir que el Supremo y su entronización de Franco como jefe del Estado español desde el 1 de octubre de 1936 no es, en definitiva, más que una continuación por otros medios de la ininterrumpida cadena ideológica e historiográfica del franquismo. Es la sanción jurídica en el momento actual de «los dos bandos», tan legítimo el uno como el otro, según el Supremo y según el artículo citado.

Manipulaciones del mercado eléctrico

¿Recuerdan Uds. el «impuesto al sol» que se sacó de la manga el equipo de gobierno del PP en tiempos de Rajoy?

No hay la menor duda de cuál era su finalidad, por cierto doblemente ventajosa para las grandes eléctricas y muy perjudicial para el Estado español.

Las ventajas para las eléctricas:

Primera: período de tarifas al alza de forma desmesurada y, como consecuencia, beneficios extraordinarios.

Segunda: retraso del desarrollo de las renovables a la espera de que los grandes irrumpieran con todo su poder y coparan el sector.

El doble perjuicio para el estado español:

Primero: Un retraso considerable en el desarrollo de las energías alternativas con respecto a otros países europeos.

Segundo: El Estado español se enfrenta a innumerables y costosas demandas de indemnizaciones por aquel bloqueo, interpuestas por promotores de renovables que en la época anterior se beneficiaron de las subvenciones entonces aplicadas (una aplicación retroactiva de la nueva normativa difícil o imposible de asumir en cualquier marco jurídico democrático).

¿Y ahora? Ahora «Iberdrola construirá en Cáceres la planta fotovoltaica más grande de Europa«.

Objetivo alcanzado.

Una sociedad que nunca se recompone

Hace ya un tiempo me lancé a escribir una artículo que titulé provisionalmente «Sociedad en descomposición». Me detuve en un momento dado a causa de la acumulación de referencias y datos que sobrealimentaban el contenido, llevándolo más allá de la descomposición como proceso y situándolo en la descomposición como estado ya alcanzado.

Ahí quedó aquello hasta ahora, cuando llega el momento de la perplejidad. La situación se muestra peor de lo que yo presumía y me reconduce hasta una apreciación mucho más negativa: es una sociedad descompuesta que no encuentra el camino para recomponerse y repite una y otra vez lo más penoso de su historia moderna (quizás, en gran parte, porque nació mal compuesta).

Hoy, 4 de junio de 2019, cuando hacemos ingentes esfuerzos para descubrir los resquicios que nos permitan algo de optimismo, nos encontramos con una sobrecarga de primitivismo y apego a lo más rancio y miserable de la historia de España: «El Supremo reconoce a Franco como jefe del Estado desde el 1 de octubre de 1936, en plena Guerra Civil», lo que constituye por lo visto un argumento de peso en el auto de paralización de la exhumación del dictador del Valle de los Caídos; con diferencia de unas horas nos informan de las conclusiones de la Fiscalía en relación con el «procès»: «en Catalunya hubo un golpe de Estado».

Tras esta coincidencia nada casual, si nos tomamos en serio el seguimiento de la historia de España, no queda más remedio que ser lapidario: no hay ni habrá una democracia europea en España mientras los golpistas sean adorados en un mausoleo y los dirigentes políticos que se lanzan a una alocada aventura de reivindicación nacional sean acusados de ser autores de «un golpe de Estado».

Así empezamos, así estamos y así seguiremos si no enmendamos el rumbo.