La emigración africana que provocamos para rechazarla en las fronteras de Europa
Países africanos subsaharianos que cultivan algodón: Burkina Fasso, Mali, Chad, … Inmigrantes subsaharianos que llegan a España desde esos países: X miles cada año. ¿Cuál es la relación entre el algodón y un agujero negro europeo?
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Por motivos que no vienen al caso, con cierta frecuencia recorro espacios naturales próximos al Parque Natural de Doñana. Entre muchas sendas, veredas y pequeñas carreteras suelo desplazarme por un camino rural que va encadenando tramos de pre-Parque y lo que en la jerga local se denomina «muros», que son terraplenes separadores de campos de arroz, entre canales de suministro y canales de desagüe de la intrincada red hidráulica que sirve de soporte al cultivo de este cereal.
En particular, recorro un camino como el descrito entre Isla Mayor (Sevilla) y El Rocío (Huelva), siguiendo una línea que alterna rectas, curvas, recodos, asfaltos renovados, baches agresivos, y va bordeando zonas de cultivo que han ido ampliándose rápidamente en los últimos años. Sabemos desde siempre que todos estos cultivos nuevos se basan en una extracción masiva y generalmente ilegal de agua (todo hay que decirlo, no es el caso del arroz, que tiene su propio sistema de regadío apoyado en el Guadalquivir), de manera que el saqueo de los acuíferos acabará por vaciar los humedales al tiempo que permite disponer del recurso incluso en año seco (otra vez no es lo mismo con el arroz: un año de sequía extrema no hay cultivo y un año de pluviometría insuficiente se siembra la mitad de la superficie habitual, por ejemplo). Esos cultivos que crecen sin parar son los de fresas, frambuesas, arándanos, etc., que se explotan muy mayoritariamente con mano de obra inmigrante, de temporada y no residente en el territorio español, a los que hay añadir las cada vez más extensas plantaciones de frutales de regadío (naranjos, olivos y otros).
En medio de ese mundo agrícola dominado por las frutas rojas y por esas plantaciones de frutales, arroz aparte, se repite de año en año un cultivo que tiene una presencia limitada: el del algodón. El proceso agrícola no tiene especial interés en sí mismo para lo que aquí nos trae y culmina en la comarca mediante un procesamiento ‘industrial’. A estos efectos, en el camino rural que une Isla Mayor y El Rocío, se encuentra una planta que trabaja un par de meses al año y se encarga del limpiado y del desmotado (eliminación de materiales ajenos y separación de la fibra de las semillas).
Visto el panorama de conjunto, surge una pregunta prácticamente inevitable: ¿por qué existe esta actividad en una zona dominada por cultivos tan rentables como son los del arroz, la fresa, la frambuesa, etc.? En tiempos, los campos de algodón ocupaban superficies importantes, pero ya no es el caso, de manera que sin duda el peso específico de esta actividad en la economía local debe ser ya muy limitado.
Como en muchas otras actividades agrarias europeas la respuesta hay que buscarla en la UE: el cultivo del algodón está subvencionado bajo ciertas condiciones establecidas en los Reglamentos pertinentes de la Comisión Europea en el marco de la PAC (Política Agrícola Común), con referencia a la rotación anual de los cultivos, a las condiciones de plantación en regadío y en secano y a la cuantificación de la producción debidamente cosechada que será la base de cálculo de la cuantía a subvencionar. De modo que hay que urdir una explicación que tiene que ver con ayudas económicas, utilización de tierras marginales a efectos de los cultivos dominantes, facilidad de comunicación con la red general de carreteras para sacar la producción y disponibilidad de mano de obra acostumbrada a los trabajos ocasionales del campo, tanto autóctona como foránea.
Si para la economía local todo esto tiene unas implicaciones muy limitadas, no hace falta gran imaginación para calcular el impacto sobre la economía española: se acerca mucho a cero.
Pero hay quienes sufren en cambio un impacto negativo cuya dimensión solo puede ser medida a través de los efectos directos para una población que sobrevive con muy escasos recursos, como es el caso en los mencionados países africanos Burkina Fasso, Mali, Chad,…. Si en ese medio una actividad como el cultivo del algodón se ve comparativamente penalizada en el mercado por la competencia ‘desleal’ de un cultivo europeo subvencionado, es razonable pensar que quienes trabajan en ella, en cualquiera de esos países, se quedarán sin empleo en una proporción desconocida, generando una parte de ese flujo de X miles de emigrantes hacia el norte, hacia esa Europa que los empobrece.
Cuando se habla de las corrientes migratorias y de las actitudes que adoptan los Estados europeos ante ellas, la mera condena o la ocasional respuesta de acogida ocultan en definitiva sus indudables responsabilidades. De este tipo de procesos hay que hablar cuando se entra en las frecuentes valoraciones sobre la inmigración: los inmigrantes no son aventureros ni se desplazan por razones lúdicas, son las víctimas de un neo colonialismo que ahora funciona sin ejércitos de ocupación y ni siquiera necesita una presencia política directa. Basta con decidir que se subvenciona una producción en territorio europeo, que se sube o baja un arancel con terceros países, que se establecen en frontera controles ‘técnicos’ diseñados para manejar los flujos comerciales a voluntad, etc.
Acabo de pasar, en abril de 2019, por delante de la planta desmotadora situada en el camino descrito, cerca de la localidad de Villamanrique de la Condesa, y he visto que está activa: un galpón que cobija miles de balas de algodón desmotado y montañas de borra e impurezas en el patio al aire libre. En algunos momentos ha estado paralizada, pero ahora aparece repintada y reluciente: vuelve a alimentar una corriente migratoria de ex trabajadores africanos del algodón hacia Europa. Y vuelve a provocar las recurrentes discusiones sobre la entrada de inmigrantes, su rechazo o su acogida, sus consecuencias económicas y culturales, etc. De una vez por todas habría que tomarse en serio las causas y la responsabilidad europea directa en la escapada de los trabajadores agrícolas africanos que se juegan la vida cruzando el Mediterráneo.