Tentaciones maniqueas

Encuestas, bloque de la derecha y su componente extremo como referentes reiterativos

La prensa española online, incluida la que aparece como presuntamente progresista, tiene una desmedida propensión al manejo tóxico de la información.

El titular siguiente aparece en publico.es en estos días 25-26 de marzo de 2019: «Carmena ganaría las elecciones en Madrid pero el PP se haría con la Alcaldía si pacta con Cs y Vox«.

No hay referencia en este titular al origen de la presunta información.

En la entradilla que se presenta a continuación se dice «Según una encuesta de Telemadrid, Más Madrid sumaría el 25,8% de los votos y un posible pacto con el PSOE de Pepu Hernández sería insuficiente. La unión de PP, Ciudadanos y Vox les daría un 56,4% de los sufragios».

Quiere decir que en segundo término aluden al medio que ha efectuado la presunta encuesta. Nada se dice del contexto en que dicho medio presenta el asunto.

Tras esto uno espera mayor enjundia en el cuerpo de la noticia, pero no: ninguna alusión a lo que se da en llamar ficha técnica de la encuesta.

De modo que: un titular sin soporte alguno vaticina una alcaldía de derecha en Madrid; sin precisar lo más mínimo de dónde sale esto, salvo en cuanto a su procedencia de Telemadrid; y, sobre todo, sin que se diga nada acerca del método de obtención de semejantes «datos».

Con este tipo de manejo tóxico se confunde al público. De hecho, se alimenta un juego perverso que no puede saberse si apunta a desmovilizar al electorado de izquierda, definitivamente desalentado, o, al revés, a movilizarlo para frenar a la derecha. En cualquier caso, la hipótesis que está detrás, se quiera o no, es fácil de sintetizar: presumiblemente el electorado es bobo y/o inculto y carece de criterio propio, apreciación que abarca a la totalidad del electorado, incluido el de izquierda.

Conviene no perder de vista que en este tipo de aproximación hay dos componentes que se repiten hasta la saciedad: la consideración de que en la derecha existe un bloque monolítico, cuya composición tripartita está fuera de toda duda, para lo cual se recurre machaconamente a la composición del Gobierno de Andalucía sin reparar en la singularidad del caso; y la mención cansina a Vox, dotándolo de una caja de resonancia mucho más potente que su propia capacidad de hacerse notar y proyectando sus resultados presuntamente esperados hasta casi convertirlo en principal fuerza de ese bloque.

Por cierto, casi exactamente la misma transcripción aparece replicada en lamiradacomun.es.

La izquierda tiene que hacérselo mirar.

Democracia española en el siglo XXI

Pobre en origen y débil de fundamento

Un columnista recuerda en estos días unas palabras de Tocqueville, ese señor que escribió «De la democracia en América», allá por 1835, inspirándose en la democracia norteamericana para reflexionar sobre la democracia en general. Concretamente, con su lucidez característica, el autor decía que » la democracia no es gobernar en nombre del pueblo, sino hacerlo respetando las voluntades reales del pueblo».

Referencia más que necesaria en un país que, como España, tiene una tradición menor y se encuentra en esta materia algo así como en la adolescencia.

Otro columnista nos recuerda que  España inicia su camino democrático esforzándose por dejar atrás sus pobrezas históricas, que él resumía en unas elevadas tasas de paro sostenidas en el tiempo, un terrorismo recurrente en el País Vasco, una economía atrasada apoyada en un tejido productivo débil, una concentración de poder económico excesiva – yo diría que, sobre todo, propia de una sociedad pre industrial – y una esfera pública raquítica – yo añadiría que la necesaria para mantener en funcionamiento una sociedad dual y excluyente, es decir, una sociedad en la que la mayor parte de la población ni siquiera accedía a servicios y prestaciones propios del sector público -.

Todo esto sitúa a la democracia española en su punto de partida, si exceptuamos algunas incursiones menores en tiempos remotos. Y el dicho punto de partida muestra flaquezas por todos lados, lo que cierra el círculo inicial: poco más que «gobernar en nombre del pueblo» es lo que puede hacer la clase política emergente tras la muerte de Franco. Lo de «respetar las voluntades reales del pueblo» queda de hecho para un incierto futuro, cuando la España pos franquista deje atrás la resaca de cuarenta años de dictadura. ‘Ya se verá’, habría que añadir.

Pero en el siglo XXI, concretamente en 2018-2019, los fundamentos de la democracia española siguen siendo muy débiles. Los indicios se multiplican día tras día y no hace falta entrar en un recuento pormenorizado. Pese a ello, lo que parece mucho más grave, y es una cuestión sobre la que hay que incidir reiteradamente, es el ambiente cultural en el que tienen que asentarse esos fundamentos.

A este respecto, las advertencias nos llegan constantemente desde fuera de España, sobre todo desde Bruselas. Por ejemplo, nos señalan que la proporción de personas que abandonan prematuramente la educación y la formación es muy elevada y no disminuye como debiera, que el riesgo de pobreza o exclusión social sigue siendo demasiado grande, especialmente en el caso de los niños, y que las transferencias sociales tienen una escasa incidencia en su reducción (es decir, que no son suficientes para compensar los efectos negativos de las condiciones sociales descritas).

Es decir, y sin ánimo de desalentar a nadie, se puede resumir lo dicho hasta aquí de la manera siguiente: la historia democrática de España ha sido muy pobre y no ha llegado a constituir un soporte cultural suficiente para sobrellevar y dejar atrás los tiempos de su ausencia; la construcción hecha tras la muerte de Franco tenía tantas debilidades de partida que poco más de lo que conocemos hoy podía llegar a consolidarse a través de una institucionalidad fuerte y unas prácticas democráticas extendidas; y que, como consecuencia de una cultura política pobre y una educación con demasiados flecos sueltos, los fundamentos para el próximo futuro democrático son más que cuestionables.

Lo dicho viene a reforzar la idea de que es necesario un esfuerzo multiplicado de educación cívica y de asentamiento de una cultura de convivencia, únicos pilares posibles para una construcción democrática sólida.

Nuestro sistema económico en decadencia apela a recursos extremos

Rompiendo con sus fundamentos, el sistema se hace cada vez menos sostenible y más excluyente en todos los sentidos

Los occidentales y otros pobladores de la tierra vivimos de un sistema económico cuyas reglas básicas más o menos conocemos. Sabemos que ordenaron el funcionamiento en los primeros tiempos de la sociedad capitalista y que siguen bastante activas. Pero, desde hace algunos años, se observan cambios, quizás más visibles en sus efectos que en las propias reglas del juego. Es lógico: los efectos nos golpean de lleno, y es a partir de entonces que intentamos comprender las causas. Incluso, con demasiada frecuencia, nos resulta difícil describir esos cambios, como para pensar en su origen…

Lo cierto es que, inmersos en esto que llamamos irreflexivamente «crisis», pensamos mucho en la superación de lo que nos golpea y muy poco en la naturaleza y las causas de lo que está sucediendo. Para delimitar un poco el campo de lo que viene, se puede decir que la naturaleza de lo que acontece se resume en la recomposición in extremis del sistema para que no estalle y se lleve por delante los privilegios de esos que tienen el mando (el famoso «1%»), y, en cuanto a las causas, puede pensarse que están constituidas por una interminable serie de transgresiones de las reglas del sistema, aparentemente surgidas desde el propio agotamiento de la dinámica histórica.

Un ejemplo sencillo puede ser útil: la secuencia convencional de un negocio se inicia con el diseño de un producto nuevo (un préstamo hipotecario, un automóvil, un smartphone, un vestido de novia, un menú japonés,…), el estudio del mercado potencial, la cuantificación de los costes de lanzamiento y producción, la evaluación de la inversión inicial, el análisis de los riesgos y las previsiones de movimientos de caja y beneficios. Todo esto, raramente financiado con fondos propios, remite a una solicitud de crédito, ante la cual la entidad financiera implicada hará a su vez una repetición de buena parte de los análisis ya hechos para calibrar su interés en la operación y el riesgo inherente.

No es difícil identificar las variables críticas del proceso: diseño de producto, conocimiento de su mercado, evaluación de costes y beneficios, análisis de riesgos. ¿A qué se aspira, en definitiva? Dicho de manera simple, a ganar una posición en el mercado a fin de asegurar unos beneficios recurrentes.  A medio plazo, esto suele traducirse por una estrategia empresarial que busca una posición monopólica en ese mercado: los beneficios del negocio son tanto más recurrentes y elevados cuanto mayor es el grado de monopolización del mercado. Y esto vale para todos los mercados.

Desde esta descripción tan somera es fácil saltar al análisis de las causas de la actual hecatombe (sí, ‘hecatombe’, porque nos queda mucho por sufrir todavía antes de comenzar a identificar elementos positivos camino de una superación de la situación). Si tales causas las asociamos a transgresiones de las reglas del sistema, veamos cuáles resultan más visibles y más elocuentes para esta reflexión:

* La presencia en el mercado: una empresa busca una posición de monopolio en su mercado porque le reporta beneficios extraordinarios, y cuando sus perspectivas de negocio se deterioran en ese mercado tiende a intentar la introducción de nuevos productos, que pueden ser unos por completo diferentes, lo que aleja a la empresa de su «core business», o modificaciones supuestamente muy innovadoras de sus productos primeros, cosa que se da mucho en los sectores de telefonía móvil, servicios en red, etc., resultando evidente a poco andar que tales innovaciones son menos bien recibidas por los clientes. Las experiencias conocidas muestran que en esta segunda época crece de forma geométrica el riesgo de fracaso.

* La organización y la gestión de la empresa: sobre todo entre las grandes compañías se ha generalizado la forma jurídica de la sociedad anónima y también la práctica de recurrir a financiación vía salida a bolsa. Esto conduce bastante rápidamente a una perversión de la herramienta societaria, alterando su paradigma: la maximización del beneficio es sustituida por la maximización de la valoración bursátil, una vez que el Consejo de Administración ha suplantado a la Junta de Accionistas en la toma de decisiones estratégicas. Y esto se lleva hasta el extremo cuando la remuneración de la alta dirección se establece de forma autónoma, es decir, prácticamente con independencia de los resultados de los ejercicios, y comienza a incluir acciones y opciones. A partir de ahí aumenta exponencialmente el peligro de sustituir el objetivo histórico de ganar más, retribuyendo el capital invertido, por el de elevar la cotización bursátil, a fin de que la cúpula directiva sea la gran beneficiaria.

* Los flujos de caja no interesan como referencia de gestión: estos elementos convencionales dejan de tener relevancia  como herramientas de racionalización, y la gestión de maximización de ingresos brutos es sustituida por una estrategia radical de minimización de los costes. La reducción de los costes es cada vez más raramente confiada a la innovación y al aumento de la productividad, y a cambio se opta por la deslocalización en busca de bajos costes laborales, y/o por una buena reforma laboral in situ, o por la ingeniería financiera en busca de reducciones de impuestos, o por el simple traslado de los dineros a los numerosos paraísos fiscales, también por la actividad de lobby para conseguir nuevos privilegios societarios,… Es decir, ya no se trata de ser innovadores o de gestionar bien sino de buscar un aseguramiento de resultados por otros conductos.

* El coste del dinero: la faena se remata con el bajo coste del dinero, que facilita una estrategia en la que se deja de lado todo análisis de riesgos y se entra en una adopción irreflexiva de decisiones de inversión a menudo poco o nada racionales.

Así, una sociedad cotizada en bolsa, que alcanza un elevado valor bursátil, encuentra un dinero muy barato en el sistema, agota las formas de reducir costes y satura su mercado. Por ello tiende de manera espontánea a optar por adquisiciones de empresas que operan en mercados que son extensiones del propio o por fusiones con otras empresas de su sector. Parece como si la ampliación y el consecuente gigantismo aparente fueran la única respuesta posible al agotamiento de las perspectivas de su negocio, aunque en verdad se trata generalmente de una simple huida hacia delante.

De todo esto se desprende la existencia de una pauta generalizada: la transgresión de las reglas originarias del sistema no resuelve el problema de la pérdida de dinamismo y en cambio favorece la consolidación de un nuevo modelo de reproducción condenado a saltar de burbuja en burbuja y a bordear continuamente el abismo.

A medida que se avanza en esta dirección, además, se reafirma la convicción de que estamos ante un modelo económico cada vez más excluyente, cuya capacidad de respuesta a las necesidades de la población es decreciente y que, por ello mismo, multiplica los factores de riesgo: se incuba una explosión social de grandes dimensiones y hay que pensar, sin temor a parecer paranoicos, que ese «1%» más rico tiene ya en marcha su estrategia de afianzamiento, que empieza por la legislación limitativa de los derechos ciudadanos, continúa por la creciente represión del Estado y puede acabar en una laminación total de las prácticas democráticas, con la supresión paulatina de las expresiones políticas de resistencia.

Ante esta perspectiva hay que adoptar decisiones drásticas. Pero no es la lucha democrática la cuestión crucial, sino la actividad diaria de combate contra la desigualdad, contra la precariedad, contra el empobrecimiento, y, desde ella, el esfuerzo de afianzamiento de la democracia, que es la que ofrece las herramientas para actuar en el sentido de afianzar la contención de las peores lacras.

El reparto de la riqueza

El 3 de febrero de 2019 coincidían estas noticias en diversos medios online:

  • «Los territorios con secreto bancario atesoran 32 billones de dólares». Son cantidades que superan a economías como las de EEUU y China. En 2018, las transferencias ilícitas hacia estos enclaves alcanzaron los 1,6 billones de dólares, por encima del PIB español.
  • «Los seis bancos del Ibex ingresaron sólo por comisiones 27.959,1 millones en 2018, un 32,9% más que en 2013».
  • «Fiesta salarial»: mientras la retribución de los consejos cae un 9,8% por los menores bonus, los sueldos de los directivos suben un 6,6% en las empresas del Ibex 35.

Me parece lícito suponer que estas tres informaciones están íntimamente conectadas entre sí, en tanto elementos representativos de un modelo económico que se va afianzando a toda velocidad. Y que esto tiene consecuencias perversas para la mayor parte de la población, no cabe duda. Aunque solo sea con el fin de hacerse una idea de conjunto, tiene interés entrar un poco en este puzle:

«Secreto bancario»: la cantidad de dinero que se mueve en negro es tan descomunal que incluso economías poderosas van quedando por debajo. Peor aún para nosotros: el movimiento de un solo año puede superar el PIB español, fenómeno al que contribuyen significativamente las empresas españolas. Empobrecimiento masivo por el dinero que se sustrae a las poblaciones de todos los países para engordar las cuentas del famoso 1%, principalmente a través del fraude fiscal que todo esto implica, detrayendo recursos que deberían ser empleados en el bienestar social que se va perdiendo. Y esto tiene también un núcleo duro en la UE, donde cinco países son denunciados por operar como verdaderos paraísos fiscales: Holanda, Luxemburgo, Irlanda, Chipre y Malta.

«Gran banca»: sus ingresos y sus beneficios crecen sin límite mientras una buena parte de los ciudadanos se endeudan para gastos de consumo y para adquirir viviendas. Puede que los banqueros estén encantados, aunque más contentos estarán los directivos de esta «gran banca», como nos cuentan en la «fiesta salarial en la alta dirección». Enriquecer a los más ricos y empobrecer a los pobres tiene una consecuencia nefasta, más allá de las implicaciones sociales: se bloquea ese crecimiento económico que permitía sostener el bienestar porque cae el consumo y el PIB se resiente. Esta es una de las vías por las cuales se infla el poder financiero, que dispone de la herramienta más eficaz para que nadie interfiera, como nos dicen en el «secreto bancario».

«Fiesta salarial»: cuestión crítica, tal como nos lo cuenta la noticia mencionada, porque muestra que la rentabilidad interesante está en la dirección de una gran empresa, más que en su propiedad. Y esto, nos lo cuenten de esta manera o de otra cualquiera, pone del revés uno de los fundamentos del capitalismo que hemos conocido: ‘invierto para obtener beneficios’ es un supuesto erróneo puesto que lo interesante resulta ser ‘me instalo en la dirección y, como nadie puede ejercer un control eficaz, me hago rico en poco tiempo’. Por aquí deja ver su amable cara el juego de las puertas giratorias.

Con estos ingredientes es inmediato comprender que estamos metidos en una trayectoria difícil de detener y mucho más de revertir. A cambio, tenemos que ser también conscientes de que no nos queda más remedio que actuar porque de lo contrario ese enorme poder financiero va a acabar con nosotros mucho antes que el cambio climático.

Democracia española en suspenso

Dedicarse a ver el vaso lleno (ni siquiera medio lleno) acaba por conducir a la evidencia: el vaso está casi vacío

Donde más se nota el vacío es en el papel de los aparatos legislativos. Estamos hablando de los parlamentos, que son los depositarios de la soberanía popular. Y el vacío es doble: juegan un papel marginal como fiscalizadores y son ninguneados fácilmente como legisladores.

Las comisiones de investigación no se constituyen; cuando consiguen constituirse, todo el juego se vuelca en dar largas para evitar su normal funcionamiento; y cuando ya se hacen operativas, muchos/as de los/as comparecientes se niegan a declarar, y no pasa nada. No pasa nada porque no hay procedimiento alguno previsto para exigir respuestas y porque tras la aparición de estos asuntos en los medios todo termina rápidamente en el olvido. Y a otra cosa, que no hay vigilancia social ni tiempo para ocuparse de estas tonterías.

Y los decretos-ley llenan el hueco de la labor legislativa, de manera que a menudo y en muchas materias asistimos a un juego de prestidigitación: en el lugar del parlamento legislador se nos aparece el ejecutivo legislador.

Llegados a este punto salta la pregunta que parece obvia: ¿quiere esto decir que los ciudadanos votamos únicamente a fin de que salgan las cuentas para la formación de gobierno? Porque, la verdad, cuesta percibir dónde reside la soberanía popular con este juego en el que sus representantes hacen aritmética unos días, entre las elecciones y la investidura, para luego entrar en una fase de somnolencia, fácilmente administrada por una mesa del Congreso habitualmente experta en el arte del bloqueo legislativo y fiscalizador.

Seguramente esto es percibido por los máximos dirigentes, desde el rey para abajo, y por eso se afanan en andar por ahí hablando de la democracia española plenamente consolidada y reconocida en el mundo entero.

Visto lo visto no hay más salida, y lo antes posible, que una reforma de esta Constitución que tiene tantas puertas abiertas a estas prácticas poco o nada democráticas.