Rompiendo con sus fundamentos, el sistema se hace cada vez menos sostenible y más excluyente en todos los sentidos
Los occidentales y otros pobladores de la tierra vivimos de un sistema económico cuyas reglas básicas más o menos conocemos. Sabemos que ordenaron el funcionamiento en los primeros tiempos de la sociedad capitalista y que siguen bastante activas. Pero, desde hace algunos años, se observan cambios, quizás más visibles en sus efectos que en las propias reglas del juego. Es lógico: los efectos nos golpean de lleno, y es a partir de entonces que intentamos comprender las causas. Incluso, con demasiada frecuencia, nos resulta difícil describir esos cambios, como para pensar en su origen…
Lo cierto es que, inmersos en esto que llamamos irreflexivamente «crisis», pensamos mucho en la superación de lo que nos golpea y muy poco en la naturaleza y las causas de lo que está sucediendo. Para delimitar un poco el campo de lo que viene, se puede decir que la naturaleza de lo que acontece se resume en la recomposición in extremis del sistema para que no estalle y se lleve por delante los privilegios de esos que tienen el mando (el famoso «1%»), y, en cuanto a las causas, puede pensarse que están constituidas por una interminable serie de transgresiones de las reglas del sistema, aparentemente surgidas desde el propio agotamiento de la dinámica histórica.
Un ejemplo sencillo puede ser útil: la secuencia convencional de un negocio se inicia con el diseño de un producto nuevo (un préstamo hipotecario, un automóvil, un smartphone, un vestido de novia, un menú japonés,…), el estudio del mercado potencial, la cuantificación de los costes de lanzamiento y producción, la evaluación de la inversión inicial, el análisis de los riesgos y las previsiones de movimientos de caja y beneficios. Todo esto, raramente financiado con fondos propios, remite a una solicitud de crédito, ante la cual la entidad financiera implicada hará a su vez una repetición de buena parte de los análisis ya hechos para calibrar su interés en la operación y el riesgo inherente.
No es difícil identificar las variables críticas del proceso: diseño de producto, conocimiento de su mercado, evaluación de costes y beneficios, análisis de riesgos. ¿A qué se aspira, en definitiva? Dicho de manera simple, a ganar una posición en el mercado a fin de asegurar unos beneficios recurrentes. A medio plazo, esto suele traducirse por una estrategia empresarial que busca una posición monopólica en ese mercado: los beneficios del negocio son tanto más recurrentes y elevados cuanto mayor es el grado de monopolización del mercado. Y esto vale para todos los mercados.
Desde esta descripción tan somera es fácil saltar al análisis de las causas de la actual hecatombe (sí, ‘hecatombe’, porque nos queda mucho por sufrir todavía antes de comenzar a identificar elementos positivos camino de una superación de la situación). Si tales causas las asociamos a transgresiones de las reglas del sistema, veamos cuáles resultan más visibles y más elocuentes para esta reflexión:
* La presencia en el mercado: una empresa busca una posición de monopolio en su mercado porque le reporta beneficios extraordinarios, y cuando sus perspectivas de negocio se deterioran en ese mercado tiende a intentar la introducción de nuevos productos, que pueden ser unos por completo diferentes, lo que aleja a la empresa de su «core business», o modificaciones supuestamente muy innovadoras de sus productos primeros, cosa que se da mucho en los sectores de telefonía móvil, servicios en red, etc., resultando evidente a poco andar que tales innovaciones son menos bien recibidas por los clientes. Las experiencias conocidas muestran que en esta segunda época crece de forma geométrica el riesgo de fracaso.
* La organización y la gestión de la empresa: sobre todo entre las grandes compañías se ha generalizado la forma jurídica de la sociedad anónima y también la práctica de recurrir a financiación vía salida a bolsa. Esto conduce bastante rápidamente a una perversión de la herramienta societaria, alterando su paradigma: la maximización del beneficio es sustituida por la maximización de la valoración bursátil, una vez que el Consejo de Administración ha suplantado a la Junta de Accionistas en la toma de decisiones estratégicas. Y esto se lleva hasta el extremo cuando la remuneración de la alta dirección se establece de forma autónoma, es decir, prácticamente con independencia de los resultados de los ejercicios, y comienza a incluir acciones y opciones. A partir de ahí aumenta exponencialmente el peligro de sustituir el objetivo histórico de ganar más, retribuyendo el capital invertido, por el de elevar la cotización bursátil, a fin de que la cúpula directiva sea la gran beneficiaria.
* Los flujos de caja no interesan como referencia de gestión: estos elementos convencionales dejan de tener relevancia como herramientas de racionalización, y la gestión de maximización de ingresos brutos es sustituida por una estrategia radical de minimización de los costes. La reducción de los costes es cada vez más raramente confiada a la innovación y al aumento de la productividad, y a cambio se opta por la deslocalización en busca de bajos costes laborales, y/o por una buena reforma laboral in situ, o por la ingeniería financiera en busca de reducciones de impuestos, o por el simple traslado de los dineros a los numerosos paraísos fiscales, también por la actividad de lobby para conseguir nuevos privilegios societarios,… Es decir, ya no se trata de ser innovadores o de gestionar bien sino de buscar un aseguramiento de resultados por otros conductos.
* El coste del dinero: la faena se remata con el bajo coste del dinero, que facilita una estrategia en la que se deja de lado todo análisis de riesgos y se entra en una adopción irreflexiva de decisiones de inversión a menudo poco o nada racionales.
Así, una sociedad cotizada en bolsa, que alcanza un elevado valor bursátil, encuentra un dinero muy barato en el sistema, agota las formas de reducir costes y satura su mercado. Por ello tiende de manera espontánea a optar por adquisiciones de empresas que operan en mercados que son extensiones del propio o por fusiones con otras empresas de su sector. Parece como si la ampliación y el consecuente gigantismo aparente fueran la única respuesta posible al agotamiento de las perspectivas de su negocio, aunque en verdad se trata generalmente de una simple huida hacia delante.
De todo esto se desprende la existencia de una pauta generalizada: la transgresión de las reglas originarias del sistema no resuelve el problema de la pérdida de dinamismo y en cambio favorece la consolidación de un nuevo modelo de reproducción condenado a saltar de burbuja en burbuja y a bordear continuamente el abismo.
A medida que se avanza en esta dirección, además, se reafirma la convicción de que estamos ante un modelo económico cada vez más excluyente, cuya capacidad de respuesta a las necesidades de la población es decreciente y que, por ello mismo, multiplica los factores de riesgo: se incuba una explosión social de grandes dimensiones y hay que pensar, sin temor a parecer paranoicos, que ese «1%» más rico tiene ya en marcha su estrategia de afianzamiento, que empieza por la legislación limitativa de los derechos ciudadanos, continúa por la creciente represión del Estado y puede acabar en una laminación total de las prácticas democráticas, con la supresión paulatina de las expresiones políticas de resistencia.
Ante esta perspectiva hay que adoptar decisiones drásticas. Pero no es la lucha democrática la cuestión crucial, sino la actividad diaria de combate contra la desigualdad, contra la precariedad, contra el empobrecimiento, y, desde ella, el esfuerzo de afianzamiento de la democracia, que es la que ofrece las herramientas para actuar en el sentido de afianzar la contención de las peores lacras.