Vieja historia: cada vez que crujen las cifras del turismo se recurre a los mismos argumentos que no pasan de ser enunciados retóricos para salir del sofocón
Titula un artículo de la prensa online fechado el 2 de septiembre de 2018:
«El Mediterráneo Oriental se recupera y el turismo internacional se frena en España».
Y se resume esto a través de una referencia a la patronal turística: «La central hotelera Exceltur baja la previsión del crecimiento turístico para este año. Si se cumplen los cálculos, sería la primera vez en diez años que el crecimiento del turismo está por detrás del crecimiento del PIB».
No es la primera vez. Hace ya algún tiempo que Exceltur está advirtiendo de la existencia de un importante turismo internacional «prestado» en España. Destinos como Egipto, Turquía y Túnez se debilitaron en su momento a causa de la inestabilidad política y España fue el principal receptor de los turistas «desviados». De Croacia, además, sabemos que gana puntos y no avanza más deprisa a causa de la debilidad histórica de sus capacidades de acogida, que evidentemente irá subsanando más pronto que tarde. Y también sabemos que las cifras de Marruecos están en ascenso. Y que Grecia irá dejando de ser el pariente pobre.
Todo ello debilita la posición internacional de España, principalmente en el campo del turismo masivo de sol y playa (y alcohol barato, que todo hay que decirlo).
Ante esto, se reacciona de una manera ya conocida. Un párrafo del artículo mencionado resume la idea que aparece de forma reiterativa cuando se le ven las orejas al lobo:
«La búsqueda del negocio responsable»: «La masividad del turismo es un hecho. Por eso, abogar por un turismo responsable, que no maximice la cantidad en relación a la calidad, o la búsqueda de la playa y la fiesta en lugar de la cultura pueden ser una solución. Además, la regulación de los pisos turísticos en las principales ciudades europeas aún está pendiente, y tendrá sus efectos en torno a la gentrificación y los pequeños comercios de la zona».
Nada casualmente estoy vinculado a esta cuestión desde hace muchos años. En mi familia paterna, originaria de Benidorm y en su mayoría residente allí, hay quienes se han dedicado desde los primeros años sesenta al negocio del turismo. Y recuerdo a este respecto una conversación familiar, todavía en vida de mis padres, que tendría lugar, si no me equivoco, entre 1976 y 1978. Es decir, hace más de cuarenta años la preocupación a este respecto ya existía y se expresaba a través de enunciados como el del párrafo citado. Entonces se dijo que las cosas no podían seguir «así», y «así» quería decir: masas de turistas abarrotando las playas, con un gasto muy reducido por persona y día, dejando gran parte de ese dinero en manos de agencias que tenían sus sedes en Alemania, Gran Bretaña, etc. y cultivando cada vez más la borrachera gracias a los precios comparativamente muy bajos del alcohol en España (ya entonces se decía en mi familia que el principal negocio de un hotel estaba en el bar). Bastó que se permitiera el bikini a «las suecas», gestión del alcalde de la época, para que las cifras de turistas se multiplicaran en poco tiempo y el modelo denostado se asentara hasta hoy.
Y «así» estamos. E incluso peor, con el añadido de la ocupación de los centros de las ciudades. Pero es necesario no confundir las cosas: esto último es un nuevo elemento que no anula lo básico, que es el turismo de masas descrito; más bien lo refuerza.
Lo más grave de todo es que los atractivos principales de España como destino turístico siguen siendo los mismos, los gastos por turista se mantienen muy bajos y encima se multiplican los actores internacionales beneficiados que no dejan un euro en el país. Puede decirse que nadie hubiera sido capaz de imaginar por anticipado las consecuencias de la entrada en acción de nuevos factores: por ejemplo, los billetes de avión a precios muy bajos facilitan la llegada masiva de turistas que, por extensión, van a gastar muy poco in situ, además de la evidencia de que las compañías aéreas que los traen no tributan en España; por ejemplo, los apartamentos turísticos contribuyen de dos maneras inseparables a perjudicar a la economía española, a través de un gasto de alojamiento reducido al mínimo y a través de la total o casi total ausencia de tributación para la hacienda española; por ejemplo, el precio relativo del alcohol es hoy en España más bajo que nunca, cosa que el turista comprueba directamente en el Duty Free del aeropuerto de origen, donde una botella de whisky cuesta un 30% más que su equivalente en un supermercado madrileño.
Desde aquellos años setenta, en los que ya se hablaba de que «así» no se podía seguir, no se ha hecho nada para corregir la tendencia y encima se ha facilitado la aparición y la acción de nuevos factores perjudiciales. Y lo peor está por venir: con esas herramientas España tiene que competir en mercados en los que irrumpen o reaparecen destinos turísticos con ofertas parecidas cada vez más ventajosas. Todos son destinos mediterráneos con sol y playa, todos tienen niveles de precios inferiores, y encima se observa una creciente tolerancia hacia el consumo discreto de alcohol (en Marruecos, por ejemplo, donde incluso se tolera la presencia en las cartas de los restaurantes hoteleros de platos preparados de cerdo). En estas condiciones solo vamos a preservar el turismo de borrachera pública y balconing.
Peor aún: esto, en un sector «estrella» de la economía española, evidencia la propensión general a dejar que las cosas se pudran, de manera que lo que alguien puede llegar a identificar como factor de riesgo rara vez pasa a ser un diagnóstico trabajado y utilizado para aplicar medidas correctoras. Pasa con el turismo, como estamos viendo, y también con todas esas actividades mencionadas una y otra vez como ejemplos de lo que debería ser y nunca llega: el desarrollo de las energías renovables, la puesta en marcha de una política consistente de I+D+i o cualquier otra cosa que podría contribuir a sacarnos de pobres.