‘Recuperación económica’ y amenazas estructurales

Los graves riesgos del autoengaño

El mensaje interesado que se resume en que la ‘recuperación económica’ es un hecho ha sido lamentablemente asumido como propio por la gran mayoría de la población y de los medios de información. Más aún, lo han hecho suyo también muchos de los representantes y portavoces políticos de todo signo, aunque desde la izquierda se matice que esto ocurre al tiempo que se verifica un terrible aumento de la desigualdad. Esta versión edulcorada permite mantener la sumisión a ese discurso pero marcando una distancia «social», es decir, algo así como que la economía crece pero la sociedad se empobrece.

Constatar esto último, por lo demás, debería ser un punto de partida obligado, puesto que lo que podemos observar, más que esa pretendida ‘recuperación’, es la puesta en marcha y la consolidación del nuevo modelo capitalista (por cierto, no tan nuevo, si recordamos que su inauguración se produjo en el Reino Unido de Thatcher, allá por los primeros años ochenta del siglo pasado), que se va extendiendo y haciendo fuerte en los lugares más insospechados. Este nuevo modelo despliega y endurece una serie de rasgos cada vez más evidentes: sobre-explotación de la mano de obra a escala mundial, destrucción de las clases trabajadoras y de sus representaciones sindicales en los grandes centros capitalistas, preponderancia ilimitada del poder financiero a todos los niveles, multiplicación de los métodos de evasión y fraude fiscal, exclusión social que se acompaña del fortalecimiento de las medidas de vigilancia y represión y, por fin, deriva anti-democrática que va ganando espacios.

Si atendemos a una serie amenazante de noticias de este mes de julio de 2018, puede constatarse que las evidencias se multiplican, aunque solo hablemos de aquello que puede ser claramente identificado como perteneciente a la esfera económica. Todo va apuntando de forma inexorable hacia el hundimiento definitivo de las bases económicas del capitalismo que conocimos en la época del gran pacto social de la posguerra mundial. Peor aún: el proceso se fortalece y extiende mientras seguimos inmersos en la operación de autoengaño, que hay que denunciar una y otra vez, consistente en ocultar las evidencias tras el discurso de la ‘recuperación’ (o de la ‘salida de la crisis’).

Un breve repaso de noticias recientes nos pone ante lo que sin reflexión y de forma mimética estamos ocultando tras esa apariencia. No hace falta escarbar mucho porque tales noticias han coincidido en las tres semanas que han transcurrido del mes de julio de 2018 (del 1 al 22), y se refieren a:

  • El crecimiento desorbitado de la deuda

En estas fechas, la deuda global no financiera se sitúa en unas 2,5 a 3 veces el PIB de toda la economía mundial (según diversos cómputos), afectando a los estados, las empresas y las familias. La magnitud es enorme, pero más grave aún es el ritmo de ese crecimiento. Ambos rasgos son suficientemente extremos como para exigir una respuesta urgente y contundente, y solo hay una posible en lo inmediato: cortar el grifo del dinero fácil y barato, suprimiendo las alegrías en materia de liquidez (el BCE sigue en ello) y elevando los tipos de interés. Nadie dispone de herramientas de cálculo suficientemente precisas, pero el impacto de tales medidas seguramente será descomunal. Por ejemplo, provocando una contracción económica sin precedentes, cuya profundidad puede perfectamente superar a la de la burbuja financiera de 2008.

  • La decreciente capacidad de compra

El empobrecimiento de una gran parte de la población es la consecuencia inevitable de la perversa combinación de exclusión (menos gente es necesaria para hacer funcionar la economía en Occidente), congelación de las remuneraciones del trabajo (salarios bloqueados, jornadas parciales, empleo precario,…) y reducción de las prestaciones sociales que permitían a los más desfavorecidos contar con algunos servicios que ahora tienen que comprar (si pueden). Queda menos dinero para el consumo, y esta es una consecuencia lapidaria para la sociedad capitalista, cuya calificación debe señalarse una y otra vez para no perder la perspectiva: es una sociedad de consumo, que sin consumo está condenada al desfallecimiento.

  • La caída del ahorro

Nos van contando cada vez con un tono más alarmista que el ahorro familiar está en franco retroceso. Más en la misma línea: endeudamiento, caída del poder de compra y disminución del ahorro forman un trío que se refuerza mutuamente y contribuye a estrechar cada vez más los márgenes de crecimiento del PIB por la vía del consumo, que es la principal.

  • Las amenazas de la guerra comercial

Para rematar la faena, alguien parece pensar (Trump es el principal adalid de esta idea pero no es el único) que se puede eliminar las causas más profundas de la crisis del sistema a través de dar marcha atrás en la globalización. Punto de partida obligado de este proceso de regresión es la ruptura de las cadenas de valor, que han ido estableciendo una parte creciente de sus eslabones en países relativamente más atrasados (con baja remuneración del trabajo, para entendernos). Si se rompe la cadena y se favorece la recuperación para Occidente de algunos de los eslabones, esta teoría viene a decir que la tendencia señalada del modelo capitalista podría ser revertida y todo volvería a ser como «antes». Lo malo de tal teoría es que parte de la base de que un actor principal (Trump considera que ese es el papel de los EEUU) puede aislarse del proceso general y recuperar su antiguo lugar sin perder lo adquirido, pensamiento que omite el hecho crucial de que en esta obra hay muchos más actores, algunos de ellos ya situados en el mismo plano de potencia económica – y militar, todo hay que decirlo – que los EEUU; y que omite que tal modificación destrozaría esas cadenas de valor sin poder reconstruirlas en años dado que las tecnologías vigentes han sido diseñadas para la globalización; y, para un país como España, que su economía, integrada de manera subordinada en las cadenas internacionales, el destrozo sería apocalíptico (por lo pronto habría que empezar a dudar de la supervivencia de su industria automovilística).

Es penoso pero es verdad: en España hemos ‘comprado’ el mensaje de la ‘recuperación’ y solo asignamos a los riesgos en general, y a los aquí señalados en particular, un papel episódico, casi como si se tratara de noticias de sucesos. Esto arrastra una consecuencia deplorable: seguimos en la inopia y no nos damos cuenta de que nuestro lugar en el mundo, que se ha ido haciendo históricamente marginal desde hace dos siglos, será cada vez menos relevante, lo que nos condenará a experimentar una sucesión de consecuencias negativas, de las que la más inmediata y evidente es la pérdida de las condiciones de vida que habíamos ido ganando después del franquismo y tras la incorporación a la Comunidad Europea, proceso de degradación en el que por otro lado estamos ya inmersos.

En resumen, cabe pronosticar que vienen tiempos muy revueltos y que para la sociedad española los efectos pueden ser devastadores, dadas nuestra debilidad estructural, que viene de lejos, mucho antes del estallido de 2008, y nuestra dificultad para situar los problemas en un marco de conocimiento de la realidad que nos permita desarrollar un pensamiento creativo.

Para nuestra cultura de país europeo de segunda fila, la conclusión más urgente de todo esto puede resumirse en tres puntos:

  1. Necesidad imperiosa de aprender a pensar por nosotros mismos y, desde ese conocimiento, evaluar los mensajes interesados que se nos transmiten para situarlos en sus verdaderas dimensiones. Estamos ante algo mucho más peligroso que una crisis cíclica, lo que obliga a pensar en profundidad sin perder la perspectiva de lo urgente.
  2. Necesidad de adquirir una mínima cultura económica general para no perder de vista lo importante en medio de la proliferación de informaciones, que nos son vendidas como mercancía atractiva por la simple utilización de titulares demagógicos y por la aproximación fragmentaria a los fenómenos objeto de atención. La manipulación informativa y la reproducción de mensajes interesados oscurecen la comprensión y nos conducen a mantener actitudes pasivas.
  3. Necesidad de elaborar colectivamente los diagnósticos de situación y las respuestas más plausibles para dejar de ser el vagón de cola del pensamiento crítico. La proliferación de propuestas fragmentarias y de ofertas de solución inmediatas produce un discurso confuso que se pierde en ausencia de un marco de referencia socialmente asumido.

Sin este esfuerzo de transformación cultural seguiremos indefinidamente adoptando como propio todo pensamiento interesado en mantener el statu quo que consolida los privilegios de unos pocos en perjuicio de la gran mayoría, y que de paso refuerza nuestro papel subalterno en Europa y en el mundo.

Alfonso Guerra acusa a los republicanos

Hay quienes dicen que el que nace cigarra muere cantando. Parafraseo: el que nace manipulador muere manipulador. Alfonso Guerra acusa a los defensores de la república, haciendo un típico juego suyo de trastoque de términos: los defensores actuales de la república hablan de la forma de estado moderna en contraste con el sistema anacrónico que padecemos en España , no en particular de la República Española, que por cierto él saca de contexto al hablar de las «cuatro repúblicas» entre 1931 y la guerra civil: para evitar estas confusiones conviene recordar que esa República tuvo que sobrevivir en una Europa con Hitler en Alemania, Mussolini en Italia y algunos otros brillantes representantes de la cultura europea de los años treinta-cuarenta, equilibrándose entre los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial. ¿Mala memoria? No, manipulación interesada de un ex republicano reconvertido en monárquico borbónico.

¿Qué intereses está defendiendo?

Democracia en España

Urgente implantación

En general, cuando se habla del déficit democrático español se le otorga una condición meramente coyuntural: se trataría de deficiencias ocasionales, de malas prácticas aisladas, de «circunstancias».

Bajo esas «circunstancias» sobreviven el ducado de Franco, el Valle de los Caídos, el Pazo de Meirás en manos de la familia Franco, los miles de ajusticiados regados por las cunetas, las pensiones privilegiadas de ex policías torturadores y centenares de prácticas anti-democráticas repetidas día a día en la calle y en las instituciones.

Es una tentación irreprimible aludir a «circunstancias» judiciales recientes en la sociedad chilena: en junio de 2018 «y tras 14 años de investigación, se conoció que la Corte Suprema resolvió que la familia Pinochet deberá devolver al fisco los dineros que están en cuentas confiscadas  y los bienes del fallecido ex comandante en jefe del Ejército que fueron objeto de comiso durante la tramitación del “caso Riggs” y que -en total- están avaluados en cerca de US$ 13 millones».

Ahora nos enteramos también de que «Ocho ex miembros del Ejército chileno han sido condenados este martes a 18 años y un día por el asesinato del famoso cantautor y director de teatro chileno Víctor Jara —militante comunista— en septiembre de 1973, cuando comenzaba la dictadura encabezada por el entonces comandante en jefe Augusto Pinochet. La decisión fue adoptada el martes por el ministro Miguel Vázquez Plaza, miembro de la Corte de Apelaciones designado para causas de violaciones a los Derechos Humanos. Este fallo se conoce casi 45 años después del golpe de Estado que derribó el gobierno democrático e instauró la dictadura.

No se trata de «remover el pasado» ni de «venganza», se trata de Justicia democrática.

Todo esto, tanto en España como en Chile, no es «circunstancial». Es la profunda diferencia que existe entre una sociedad cuya democracia ha formado por largo tiempo parte de su cultura política, interrumpida por los 17 años de la dictadura pinochetista, y una sociedad en la que alrededor del 50% de su población solo acepta la democracia a regañadientes o incluso la rechaza, en este año 2018.

La democracia española solo podrá consolidarse y extender sus pautas de conducta cuando la población española empiece a ser formada en esa cultura desde los primeros años de su educación. Y cuando las prácticas democráticas formen parte de las reglas básicas de funcionamiento de todas las instituciones.