Retomando el hilo

Lo peor no ha pasado: la confusión en el pensamiento era considerable antes del ‘asunto catalán’ y parece seguir siéndolo ahora. Una tarea esencial es la de intentar contribuir a que las reflexiones sean menos obtusas. En gran parte el esfuerzo tiene que centrarse en un aterrizaje en la realidad que parece ser más difícil de lo previsto. 

En un artículo del número 141 de ctxt.es (1 de noviembre de 2017) se hace referencia a un estudio de Intermon Oxfam. Cito literalmente:

«“La recuperación económica en nuestro país sólo está favoreciendo a unos pocos y está intensificando la desigualdad”. Así de contundente se expresa Intermon Oxfam en su reciente estudio El dinero que no ves. Paraísos fiscales y desigualdad, donde se señala que España es el país de la UE donde más ha crecido la inequidad de renta desde el inicio de la crisis –veinte veces más que el promedio de la región.»

«Son las familias, según el informe las que han terminado por asumir el peso de la recuperación, pasando de aportar el 74% del total de impuestos en 2007 al 83% en 2016. La contribución de las empresas, por su parte, ha caído 10 puntos en el mismo periodo, del 22% al 12%.»

Es de agradecer que el texto citado matice el término «recuperación», porque lo habitual es que sea empleado sin matiz alguno y, sobre todo, sin aclarar que se habla exclusivamente de crecimiento del PIB. Esto se repite de costumbre en todos los medios, sin distinción de credos, razas o ideologías. Es importante una primera anotación para abrir camino: esta noción de «recuperación económica» es muy peligrosa por cuanto oculta los procesos que realmente están en curso y disimula los hechos cruciales: por ejemplo, la aguda concentración del poder económico cada vez más trasladada a la esfera financiera; por ejemplo, el recurso creciente a la evasión fiscal y a la precariedad del empleo para el desarrollo de los nuevos negocios; por ejemplo, la sustitución de las prestaciones sociales universales por la venta de servicios privados al alcance de pocos;…. De hecho, este tipo de trampas y los consecuentes engaños en los discursos oficiales constituye una especialidad primordial del «Régimen del 78», en la que descansa la mayor parte de la legitimidad que ha alcanzado. Hay que volver a ello una y otra vez.

En el manifiesto «Adéu 78», publicado en elsaltodiario.com (3 de noviembre de 2017), sus autores dicen:

«Para nosotros, el Régimen del 78 es un Régimen basado en un pacto de silencio y olvido sobre una dictadura, sus elementos estructurales y muchos de sus protagonistas. Es un Régimen que nace pactando contra cualquier elemento transformador y establece un turnismo entre dos partidos posibles y dos sindicatos mayoritarios desprovistos de cualquier amenaza para el mundo empresarial. Es, además, un Régimen que nace cuando la socialdemocracia empieza a liquidarse en Europa pero que construye el espejo de una, que es precaria, a la vez que establece una Constitución que acarrea los mismos problemas de insuficiencia democrática, centralismo absurdo, desnivel territorial, etc. de los últimos dos siglos (XIX y XX) ….».

Merece un especial reconocimiento el hecho de que por fin se vaya tejiendo el hilo de un análisis de la realidad, más allá de la inagotable marea de elogios ditirámbicos y justificaciones vacías del llamado ‘régimen del 78′. Que se trataba en esas fechas de legitimar un modelo de estado democrático para su aceptación en Europa sin tocar sus fundamentos franquistas es algo que nos resultó evidente a unos pocos, porque lo cierto es que la mayor parte de la sociedad española aceptó el discurso, asumió como propio el presunto éxito y ratificó su pobre condición ciudadana. También hay que volver sobre esto: la constatación de que hemos sido incapaces de superar la prolongada historia política que en España ha estado marcada por el ejercicio de un poder absoluto sobre el pueblo (¿los pueblos?), en cuya entidad nunca ha dejado de haber una mayoría de súbditos.

Síntesis: para un pueblo de súbditos el mayor crecimiento económico es un maná, sea cual sea la manera de conseguirlo, y una vez instalada esta idea, al poder establecido le basta con mantener el discurso del éxito para asegurarse la continuidad en el mando. Poco importa, como se está viendo, que ese crecimiento favorezca de manera extrema a los mismos privilegiados de siempre. Hacia el desmontaje de esta síntesis hay que hacer avanzar el pensamiento crítico, cuestionando sus pilares y proponiendo estrategias de superación.

Cuando se habla del entramado institucional y del funcionamiento del estado español, se tiende a perder de vista sus fundamentos. Lo mismo sucede con los mimbres del modelo económico que soporta las bases materiales de la vida social. ¿Qué es lo que falla aquí? Seguramente hay que escarbar en la pobreza cultural, en la versión monotemática construida a partir de la gran operación de liquidación del mestizaje español que fue la Reconquista y amplificada por el cerrado absolutismo de quienes la heredaron. Esto es lo que recuerda Santiago Auserón, entrevistado por publico.es (el 6 de noviembre de 2017) a raíz de la presentación de un nuevo disco de Juan Perro, cuando afirma que:

«La música, la poesía y la sociedad españolas son interétnicas desde siempre. Todo creador popular ibérico debe verse inserto en una comunidad mucho más amplia.»

Mestizos avergonzados de serlo, individuos formados para competir con escasa solidez intelectual, seres que pierden de vista sus vidas envueltos en banderas; esto es lo que tenemos entre manos y es nuestra obligación ser conscientes de estas miserias para superarlas. Lo que nos impone además otra exigencia, que es el distanciamiento crítico respecto de la repetición de discursos cada vez más monolíticos desde los medios de adoctrinamiento hábilmente utilizados por el poder establecido.

Síntesis: cultura, educación, manipulación. Este es el envoltorio que hay que rasgar. Mientras sigamos pensando que la cáscara envuelve un presente amable y promete un futuro sin tribulaciones no podremos romper el frente unido de la dominación absoluta, cuyo objetivo más importante es el mantenimiento del statu quo. Statu quo que no quiere decir que todo sigue igual, sino que las reglas del juego son en apariencia inamovibles, como la Constitución del ’78’, pero modificables a voluntad por la interpretación que de ella hacen quienes ejercen la hegemonía desde posiciones irreductibles como minoría privilegiada.

Todo indica que es imprescindible comprender de qué hablamos para saber qué tenemos que cambiar. Y comprenderlo no exige un largo proceso intelectual sino un esfuerzo racional y colectivo de observación y síntesis que, si se dejan de lado las ideas preconcebidas y las afirmaciones rotundas sin fundamento, puede concluir con unos enunciados muy sencillos y eficaces.

Solo para ir avanzando, por lo que respecta a la economía, la insana combinación de crecimiento del PIB y empobrecimiento cada vez más extendido a segmentos sociales que han formado parte de las llamadas ‘clases medias’ es un dato más que suficiente. Esta economía no resuelve los problemas que existían y se hicieron visibles con la crisis: la economía española ha sido de las más dañadas en Europa, y esto ha sido así porque tenemos uno de los modelos económicos más débiles y vulnerables. Pero, lo que hoy en día resulta más crítico, es que prácticamente no hay el menor esfuerzo por buscar un nuevo modelo capaz de sostener no solo una cierta solidez de la base material de la sociedad sino de asegurar un reparto más equitativo de la riqueza.

Y por lo que respecta al Estado, se puede uno apoyar en lo que dice Javier Pérez Royo, en eldiario.es (el 3 de noviembre de 2017):

«Las dudas sobre el encaje de la Audiencia Nacional en la Constitución y en el Convenio Europeo de Derechos Humanos acompañaron a este órgano desde su nacimiento. En un Estado democráticamente constituido solamente debe haber un órgano judicial, cuya jurisdicción se extienda a todo el territorio del Estado, que es el Tribunal Supremo. No debería haber ningún otro. Por esta razón la Audiencia Nacional es una anomalía democrática.»

A partir de esta pequeña síntesis es razonable hacer una extrapolación hacia la escasa solera democrática del Estado español en general. No hace falta extenderse mucho con las referencias al papel marginal del Poder Legislativo, con la subordinación al Ejecutivo de gran parte del entramado judicial, con la fácil utilización de los otros poderes del estado para fines anti-democráticos,…

Con estos argumentos bien desarrollados y comprendidos como partes de un conjunto orgánico es suficiente para entender de qué Estado hablamos. Y está claro que este Estado no nos sirve para el siglo XXI.

Por último, conviene no dejar de lado la cultura, en cuya pobreza histórica ahondan todos los medios activos, por ejemplo cuando en un análisis de los resultados de la encuesta del CIS (en eldiario.es, el 8 de noviembre de 2017), se dice textualmente lo siguiente:

«El acusado incremento de la preocupación social por la situación de Catalunya ha sido uno de los resultados que más se han comentado. Algo que no es de extrañar, si tenemos en cuenta que el desafío independentista se ha convertido en un solo mes en la segunda preocupación ciudadana, sólo superada por el paro y desbancando al tercer puesto del ranking de problemas la inquietud que genera la corrupción y el fraude.»

¿De verdad nos quieren decir que la ‘ciudadanía’ tiene plena autonomía de pensamiento? ¿No será que la insistencia agotadora en este asunto por parte de los medios de comunicación, sin ir más lejos, sitúa la cuestión en los primeros lugares? Y no digamos nada acerca del efecto en la población de las intervenciones de ambas partes en el enfrentamiento político, que guían a sus huestes llenándoles las cabezas de simplezas sin cuento. Precisamente de eso se trata, entre otras cosas pero de manera muy principal: todo lo verdaderamente significativo de la situación social queda oculto tras las banderas. ¡Y qué difícil es atraer la atención sobre ello si no tienes una bandera propia que exhibir!

Deja un comentario