La sociedad española tiene demasiadas cosas que revisar

La sociedad y el edificio institucional que la corona tienen agujeros múltiples y retrasos de siglos, que configuran un desafío histórico descomunal.  ¿Podrá con ello una población que sigue estando formada mayoritariamente por súbditos y que carece de representación política transformadora?

En ocasiones, la historia de España sugiere que todo ha sido un camino plagado de despropósitos, bajo la dirección de gentes ineptas, que por cierto son peores que los oportunistas y los ladrones que nos gobiernan en la actualidad, todo hay que decirlo. La pregunta que subyace es inmediata: ¿cómo es posible que una sociedad produzca y encumbre a unas clases dirigentes tan inútiles, que solo se emplean eficazmente en el mantenimiento de sus propios privilegios?

Tras esa pregunta se esconden las grandes cuestiones que jalonan la historia de España en varios siglos. Naturalmente, para abordarlas a fondo es necesario un gran trabajo de identificación, documentación y análisis, pero pienso que no es inútil hacer un recorrido sencillo y breve por algunos hitos decisivos en una trayectoria de notoria decadencia. El propósito es el de ilustrar la idea que es el eje de estas líneas:

La capital del país: ¿el territorio de la mesta o un imperio transoceánico?

Tras varios siglos, el primer asunto parece casi anecdótico, pero resulta en verdad grotesco y tiene consecuencias profundas el que un rey sitúe la capital de su reino en un páramo mientras encabeza un imperio transoceánico. Son los tiempos de Felipe II, del que en diversas versiones de la historiografía de España se sueltan ditirambos casi vergonzantes. En 1561 se estableció la corte en Madrid, y la ciudad fue designada capital de pleno derecho en 1606. Hay una frase apócrifa, atribuida a Carlos I de España (V de Alemania),padre de Felipe, dirigida a su hijo, que dice: «Si quieres conservar tus reinos deja la capital en Toledo, si quieres aumentarlos, llévala a Lisboa, y si quieres perderlos, trasládala a Madrid» (la cronología no coincide, así es que probablemente se trate de una frase crítica construida con posterioridad, que no deja de tener un claro sentido histórico).

Cuando estás iniciando el camino de construcción de un imperio en el que los territorios situados al otro lado del océano tienen y tendrán un enorme peso, sobre todo económico, carece del menor sentido retranquear la metrópolis colonial y centro del poder político hacia un desolado páramo interior y complicarle enormemente las comunicaciones por mar.

Al tiempo, desde Lisboa se dirigía la consolidación del imperio portugués en Brasil, Angola, Mozambique,… Es decir, una capital marítima para un imperio transoceánico.

La debilidad de la metrópoli española no tardó mucho en dejarse ver hacia América, que muy pronto entró en un proceso de paulatina desvinculación política y económica, mientras se descuidaba por completo la presencia en el Mediterráneo, donde España se ha pasado los últimos siglos siempre batiéndose en retirada y recuperando alguna posición casi por casualidad (Baleares, norte de África, Gibraltar,.., sin contar Nápoles, Sicilia, Cerdeña,….).

Si nos situamos en el momento presente, surge de inmediato la analogía: un país cuya pobre presencia internacional se intenta compensar emitiendo señales carentes de contenido y más bien diseñadas para la política interior, como la famosa «Marca España».

El bloque dominante: artífice del sistema de extracción de dineros públicos obtenidos durante siglos del imperio americano

Hoy se denuncia – con frecuencia creciente, es cierto, pero desde hace muy poco tiempo – que tenemos el litoral cubierto de cemento (cerca del 50% de su superficie en el Mediterráneo). Pese a prestar escasa atención al asunto a lo largo de las últimas décadas e incluso glosar las venturas y beneficios de tener setenta millones de turistas, la verdad es que existen rastros de este tipo de barbarie desde tiempos lejanos. Por lo menos esto es lo que cabe interpretar de la hegemonía de los constructores entre el empresariado español: nada de inventar o diseñar, más fácil es apilar ladrillos y añadir mucho hormigón. Y, también, de repente alguien recuerda que había que haber cambiado el modelo de turismo, expresión que vengo oyendo desde hace cincuenta años en sectores vinculados al negocio (en Benidorm, sin ir más lejos).

El único sector que ha acompañado al de la construcción a lo largo de los años es el bancario. Las diversas secciones de la oligarquía han culminado siempre sus aspiraciones fundando bancos.

Pero, claro, los bancos pueden ser agentes activos del desarrollo capitalista o bien acompañar a los constructores, como pasa en España, en los múltiples procesos de acomodación del sistema institucional y del modelo jurídico para seguir viviendo del ordeño de la teta pública. Los grandes negocios se hacen en España al amparo del sector público, sea vaciando las arcas, sea financiando inversiones megalómanas, o, por último, liquidando sectores de servicios públicos para transferir sus segmentos prósperos a negociantes privados.

Nadie viene al rescate, ni entre esos negociantes privilegiados que disponen de las arcas del estado para seguir asegurando sus beneficios, ni entre unas clases medias pobres e incultas que también viven mayoritariamente del sector público. En ese ambiente, quién puede ser el osado que cuestione algo del modelo social imperante. Ni siquiera la iglesia se ve forzada a intervenir en la vida social de una manera que no sea la única que conoce: seguir manipulando a la población y asegurándose la perduración de sus privilegios de siglos. La Reforma o el Concilio Vaticano II no consiguieron, cada uno en su tiempo, poner a la iglesia española en el rumbo de los tiempos, que son desde hace ya muchos años los del capitalismo europeo, cuando la Reforma, o los del Estado social de derecho, en consonancia con el Vaticano II.

Sin burguesía y sin reforma, nos quedamos sin revolución industrial, sin revolución democrática y anclados en la dominación de una religión retrógrada: no hay burgueses sino contratistas de obras y financieros de pacotilla, y todo lo que se tuerce y se roba está exento de culpa por la confesión, que opera como tapadera psico-social de la putrefacción moral.

La convivencia y la moral social

Me cuesta creer que la mayoría de los españoles ignore un hecho tan simple como palmario: vivimos en una sociedad que incumple las normas de convivencia más elementales (el destrozo del mobiliario urbano, la permanente suciedad de las calles, las cacas de los perros, las formas de uso de los espacios públicos,…; parecen meras anécdotas, pero no lo son) mientras agacha la cabeza ante esta oligarquía que durante siglos la ha estado machacando. Rebeldía de andar por casa pero enormes tragaderas en lo que finalmente sigue siendo determinante, y esta sociedad se resigna a que esa oligarquía le siga robando la cartera, ocultando su vergüenza tras una ecuación tan simple como manipuladora: aunque te dejen sin un duro, aunque te echen del trabajo, aunque te devuelvan a las miserias históricas, no pasa nada porque tú puedes saltarte el semáforo sin castigo.

Y la cosa se hace especialmente grave cuando se echa una mirada a la juventud. Aquí el juego de la manipulación está oculto tras la apariencia de la permisividad y la tolerancia. Desde hace ya unos años asistimos a la proliferación de borracheras colectivas, ante lo que me resulta imposible no buscar motivos entre quienes tienen los mandos para evitar o al menos ordenar tales comportamientos: se trata de un juego instigado y tolerado por quienes manejan esos mandos, perfectamente conscientes de que por este camino a esa juventud la imbecilizan y la neutralizan como posible nido de objetores. La ausencia o la inhibición de la juventud en el quehacer político resultan sorprendentes en general, pero mucho más en una sociedad que acumula semejante carga de conflictos y que tiene tales desafíos ante sí, entre ellos la cada vez menor salida para cualquier proyecto de vida de quienes llegan a la mayoría de edad.

Demasiados síntomas que se quedan en anécdotas periodísticas

Todos los días asistimos a una exhibición de síntomas brutalmente negativos que deberían hacernos reflexionar y que deberían seguidamente impulsarnos a saltar en defensa de cualquier proyecto que nos saque de aquí:

Por ejemplo, del funcionamiento del legislativo. La oposición no ha conseguido aprobar una sola ley en nueve meses de legislatura: en los nueve primeros meses de la legislatura el PP ha gobernado a golpe de decreto y el resto de partidos han visto frenadas sus proposiciones de ley. Ni separación de poderes ni acción de control por parte del legislativo. Es un síntoma que va mucho más lejos de lo meramente formal, puesto que representa la pérdida de peso de los poderes no ejecutivos, lo que concentra casi toda la capacidad de acción en la cúpula de un aparato de estado que es manejado siempre con el mismo propósito, de mantener los privilegios históricos de quienes tienen el control.

Por ejemplo, del tejemaneje de los grupos de presión para seguir ordenando el país a su conveniencia: «La Confederación Española de Directivos y Ejecutivos (CEDE) es una entidad que agrupa a diferentes asociaciones de empresarios españoles. Su misión: «Contribuir a la proyección de la imagen social de los directivos y ejecutivos españoles». CEDE «se ofrece como estamento consultivo de la Administración y de los Grupos Parlamentarios». Presidida por Isidro Fainé, presidente de Gas Natural Fenosa, cuenta con una fundación en cuyo patronato aparecen los presidentes o consejeros delegados de varias grandes empresas como Bankia, Repsol, Telefónica, KMPG, Abertis, Deloitte, Barceló, Fujitsu, Mutua Madrileña, Caixabank, KPMG o Bankinter. ¡Buenos chicos! Bajo esta u otras formas, el grupo de presión del gran capital se organiza frente a un legislativo pobre y un ejecutivo propenso a seguir el rumbo que le marcan. Últimamente sólo el judicial está haciendo algo para romper la baraja, probablemente en gran medida por la azarosa combinación de dos factores: el relevo generacional y las exitosas intervenciones del Ministerio de Justicia que inventó lo de las tasas.

Por ejemplo, de la ininterrumpida conexión gobierno-empresas, que asegura las posiciones de éstas a cambio del fuerte apoyo a la carrera de muchos de los altos cargos del gobierno. El caso del sector eléctrico es paradigmático: con Soria, las eléctricas dictaban las leyes al Gobierno, de manera que no necesitamos esforzarnos para averiguar el fondo de la reforma energética de su época en el ministerio. Se consigue así un resultado catastrófico para el país, que se somete a un sector eléctrico cuyo único propósito es asegurar sus ganancias aunque sea a costa de arruinar el conjunto de la economía española. Y así en todo: el Castor, las autopistas radiales y un largo etcétera.

Por ejemplo, de lo fácil que resulta sacudirse la presión de una interpelación o una investigación en el parlamento español: la corrupción del PP la despacha Rajoy al grito de «¡Venezuela!». Ni siquiera en el amplio frente de la corrupción las fuerzas legislativas consiguen jugar de verdad su papel fiscalizador, y no digamos cuando se trata de rendir cuentas por la infinita serie de desaguisados del Ministerio del Interior. A veces se llega a decir casi con temor, pero lo cierto es que un gobierno como el actual de España difícilmente sería posible en otro país europeo, y probablemente muchos de sus miembros habrían acabado hace ya tiempo su carrera política de forma vergonzosa.

Por ejemplo, de las evidencias de que quienes mandan son los mismos de siempre. Hay datos para aburrir, pero la verdad es que no alteran la apacible vida de esta sociedad pastoril. El Ayuntamiento de Guadalajara justifica que los fusilados del franquismo paguen tasas: lo dice en respuesta a la denuncia pública de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), por la reclamación municipal de un pago de 2.057 euros en tasas por la exhumación de Timoteo Mendieta. Militares franquistas manejan la Asociación de Militares Españoles, que edita una revista en la que la apología del franquismo, el machismo y los ataques a la Ley de Memoria Histórica son constantes. El Ejército de Tierra publica una efemérides recordando el «alzamiento cívico-militar» de 1936 (lo hace el 18 de julio de 2017). Este contraste tan dramático solo existe en España, el único país europeo que sigue anclado en la época del ascenso de los fascismos, aunque a veces lo disimule, pero poco.

Por ejemplo, de que la incultura sigue siendo dominante en esta sociedad, tanto por su peso social como por su posición institucional hegemónica: la 1 de TV, hablando de la tramitación de los presupuestos de 2018, nos dice que «esta tarde quedará aprovado el techo de gasto con los votos de PP, CS, PNV y CC». Y la RAE, seguramente al tanto del asunto, se dispone a elucubrar una razón de peso para incorporar la palabreja a su diccionario: ‘es de uso común’. El recurso a la destrucción de la lengua castellana con la excusa de que el habla popular va por donde va parece que pretende ocultar lo más sustantivo: no se llega hasta el nivel del analfabetismo, pero estamos bordeando la liquidación de la ortografía y la sintaxis con la aprobación de la RAE, permitiendo y alentando un proceso de alto riesgo para la comunicación entre las personas. ¿De verdad no hay conciencia de la penosa situación de la expresión oral y escrita en el castellano de España? (no digo nada de las otras lenguas cooficiales porque no estoy informado de su día a día).

Por ejemplo, esa síntesis de la historia política de España que resultará difícil de superar:  «Cuando Soraya llegó a Madrid en el año 2000, si hubiera sido el PSOE quien buscaba asesores jurídicos en vez del PP, Soraya habría aterrizado en el PSOE, donde se habría instalado con absoluta tranquilidad. Si tú le preguntas en qué cree políticamente, no hay manera. Yo no he sabido nunca en qué cree», sostiene Margallo (en el libro que estos días se elogia y se destroza al mismo tiempo, sobre Soraya Sáenz de Santamaría). El traspaso PP-PSOE no me escandaliza en absoluto: cuestión de bipartidismo. Pero ‘creer’, no pensar, ¡ojo! Es la síntesis perfecta de la cultura política española, en la que antes que pensar hay que creer. Fidelidad al dogma antes que pensamiento propio.

Por ejemplo, que seguimos situados en la tercera división de las potencias internacionales, y si no que me digan por qué, a raíz de la visita de los reyes al Reino Unido , todos los medios se han dedicado a glosar la vestimenta de Leticia. Yo no tengo muchas dudas de por dónde van los tiros: muy fácil, se trata de salvar la dignidad nacional, porque a lo que ha dicho Felipe todas las respuestas han sido ¡Nein!: soberanía de Gibraltar, protección de las empresas españolas ante las consecuencias del Brexit (a los pocos días salía lo del concurso del tren de alta velocidad), protección de los españoles que trabajan en el RU, etc.

Por ejemplo, … me he cansado: la lista es interminable.

En resumidas cuentas, debería quedar claro que no estamos ante deficiencias que podrían ser abordadas mediante medidas curativas o paliativas, aunque algunas de ellas necesitan en efecto un ataque inmediato, sino ante una profunda crisis de civilización, frente a la cual sólo se puede actuar pensando y formulando un proyecto de nueva sociedad, con la intención expresa de ponerlo en práctica. Pero, no me cabe duda, nos faltan los mimbres para este cesto.

Una cita para terminar

David Torres en publico.es:  «De las víctimas el PP lo aprovecha todo», brillante titular del 12 de julio de 2017, terminando el artículo con un aforismo del general Patton…: “Cuando todo el mundo piensa igual es que alguien no está pensando”.

¡Es lo que tiene el pensamiento único! Y de esto en España sabemos un rato.

Prensa libre o prensa autónoma: Venezuela como ejemplo

La libertad se menciona como paradigma de la independencia mediática, pero nadie hace referencia a la autonomía de pensamiento, a la crítica libremente ejercida sin adscripción a las oleadas de tergiversación que nos invaden

Es aberrante.

Infolibre.es (me viene bien como un ejemplo entre otros) tiene una sección llamada «La crisis de Venezuela» (edición del 17 de julio de 2017). Dentro de ella hay tres entregas, tituladas a su vez, y en el orden de presentación: «La oposición a Maduro mide su fuerza en un referéndum ‘simbólico’ «; «La Fiscalía venezolana confirma al menos un muerto y tres heridos por un tiroteo en Catia»; «Alto impacto mediático, bajo impacto jurídico: así es la defensa legal española de Leopoldo López».

No es más que un ejemplo de la posición por completo uniforme de la prensa progresista online a este respecto: Venezuela es el centro de sus inquietudes sociales y políticas cuando se habla de América Latina. No llega a suplantar del todo a los problemas propios de España, que es el empeño de la derecha española. Pero, por ahora al menos, muestra que, se diga lo que se diga, esta prensa le ha comprado a la derecha española el discurso de la Venezuela bolivariana, que, como todos sabemos, está plagada de negruras y es el indiscutible sostén del populismo en España (léase Podemos y compañía).

Esta misma ‘prensa progresista online’ suelta ocasionalmente, siempre en orden disperso y con poco análisis de conjunto, unos artículos referidos a la miseria latinoamericana, a la trayectoria política regresiva de muchos países y a la suma creciente de sociedades que parecían algo más sólidas y se encuentran en pleno descalabro, como Brasil o Argentina. Y a algunos ejemplos me remito: «La violencia descontrolada en América Central provoca una invisible crisis de refugiados» (en eldiario.es, octubre de 2016); «La ola de homicidios contra activistas en Colombia se ha intensificado desde la firma del primer acuerdo de paz entre el Gobierno y las FARC» (en eldiario.es, diciembre de 2016); «Paramilitares en Colombia: un ‘déjà vú’ de sangre en tiempos de paz. Los grupos armados están copando las zonas que las FARC han dejado libres tras los acuerdos de paz. Las amenazas y asesinatos a líderes sociales, sindicalistas y defensores de derechos humanos se han disparado y temen que el exterminio político de hace décadas se repita. Mientras, el Gobierno de Santos niega el paramilitarismo y habla de crimen organizado» (en publico.es, marzo de 2017); «El «exterminio por goteo» de la militancia mexicana de izquierda. El Museo Casa de la Memoria Indómita mantiene vivo el recuerdo los activistas sociales y militantes izquierdistas desaparecidos y exige su devolución.» (publico.es, octubre de 2016); y así una serie de artículos recogidos entre mediados de 2016 y mediados de 2017. El balance es rotundo: decenas de artículos para un recorrido por América Latina, frente a centenares de artículos para machacarnos la cabeza con Venezuela.

De todos modos, menos da una piedra. Pero los interrogantes están ahí:

¿De verdad esta prensa a la que me refiero no tiene mejor ocurrencia que la de reproducir el discurso de la derecha española con los matices que cada medio considera de su cosecha? ¿De verdad nunca van a entrar en el mundo latinoamericano a informar y analizar, para conseguir que la atroz incultura española al respecto se vaya atenuando?

Por ahora sigue estando claro que la notoriedad periodística de Venezuela no es más que la reproducción a escala nacional del discurso descalificador de la derecha española, siempre encaminado a destrozar toda opción de cambio en el país. Porque, ¿cuántos de los lectores de esta prensa tienen la menor idea de la historia de la Venezuela moderna? Lo que es peor: la información más completa sobre Venezuela, por ejemplo acerca de la masiva salida de capitales buscando en el exterior la seguridad de sus propietarios a través de un arsenal de vías de blanqueo, no aparece en estos medios sino en otros, más inclinados al análisis de los asuntos económicos y financieros. Pero estos movimientos financieros forman parte del mismo proceso político de aquel país, y son infinitamente más importantes que los ‘Leopoldo López’ de turno.

Y hablando de esto, les sugiero que hagan una investigación histórica para descubrir e identificar a la larga serie de ‘Leopoldo López’ que han campado en los períodos más turbulentos de la historia de los países latinoamericanos sin distinción. Todos estos personajes, que han existido en alguna época en cada uno de los países, pueden ser descritos a través de un perfil compartido, con los matices que se quiera: personas relativamente jóvenes; pertenecientes a un segmento más o menos acomodado de las clases medias; destacados en algún momento en procesos de confrontación política caracterizados más por la algarada (e incluso por los atentados) que por la asamblea; en general convencidos de la superioridad blanca (en sociedades mestizas), en línea con la ideología de cualquier movimiento fascista o nazi; y siempre en el punto de mira o directamente al servicio de las organizaciones gubernamentales norteamericanas de intervención omnipresentes en América Latina.

La adhesión de la derecha española a este juego perverso tiene desde luego una doble interpretación: le es útil a efectos de sus propias confrontaciones políticas en España, y forma parte de una acción a escala internacional teledirigida desde un cuartel general del que podemos sospechar dónde se encuentra y cómo se financia sin temor a equivocarnos mucho. No hay que olvidar que esta derecha española sigue mandando en España – y manda mucho, con poca oposición – pero a escala internacional es de tercera división y no hace más que cumplir las órdenes recibidas. Quizás no esté de más recordar que las alusiones a Venezuela y a los bolivarianos han aparecido esporádicamente hasta en la campaña de las elecciones presidenciales francesas para atacar a la izquierda, lo que no hace sino confirmar la proyección internacional de esta operación.

Para terminar, y entre paréntesis, todo esto que se dice en los párrafos anteriores no descarta ni contradice en absoluto cualquier crítica de fondo a la gestión del gobierno venezolano en los últimos años.

La nueva dirección socialista hace una fotografía del militante medio

Un selfie que confirma la parálisis.

Poca sorpresa me parece que hay en la foto: el militante medio es «sexagenario y poco participativo». Lo de los sesenta años encaja perfectamente con haber alcanzado la treintena en los años ochenta, cuando algunos o muchos de esos militantes se entusiasmaron y participaron de la nueva construcción. Se lo creyeron y a lo mejor no carecían de razones para ello. Pero algo ocurrió por el camino para que esos mismos militantes, o bien abandonaran, o bien se convirtieran en poco participativos. Podría decirse que se instaló el desánimo provocado por la gran decepción.

La decepción puede achacarse a un momento o incluso a un acto político determinado, pero la trayectoria seguida , a partir de ahí, engarza con algo peor, que podemos denominar  ‘profunda incomprensión’. Cuando ese partido que construyó, mejor o peor, comienza a participar en la destrucción de lo construido, puede haber una primera reacción de incredulidad, pero la prolongación en el tiempo, el alcance de lo actuado y la justificación atropellada, primero, y convencida, luego, conduce inevitablemente a la incomprensión, primero, y al distanciamiento, luego. Todo hay que decirlo, para la vieja militancia seguramente es más fácil distanciarse dejando de participar que alejándose y mucho menos buscando cobijo en otro sitio.

Desde luego se trata de un contingente en retirada. Y los jóvenes parece que no toman el relevo, puesto que de las juventudes socialistas «sólo tres de cada diez miembros están afiliados al PSOE». En la edad no coinciden, pero parece que sí en la escasa implicación en la acción política.

Ignoro la reacción que puede haber provocado el selfie en la dirigencia del PSOE. Da la impresión, desde fuera, de que una dirección recién instalada puede tener interés en tomar el pulso a la organización que comienza a dirigir. Pero me cuesta creer que entre las expectativas de quienes decidieron hacerlo estuviera la de encontrar a una militancia cercana a la jubilación, más inquieta  por su fragilidad económica que por la indiscutible decadencia en todos los órdenes de la sociedad en la que vive. Cuesta descubrir en este colectivo a una aguerrida hueste dispuesta a la lucha, dicho de manera muy genérica, porque, si entramos en los detalles, las huestes que deberán afrontar la situación que se nos está viniendo encima tendrán que ser mucho más que aguerridas: tendrán que ser pensantes, lo que parece una simpleza pero no lo es, a la vista de la facilidad con la que ‘gentes de izquierda’ compran el mensaje de la recuperación económica; anteponer metas lejanas a resultados inmediatos,  que es probablemente algo que solo se puede pedir a generaciones jóvenes, porque la transformación social necesaria será sin duda un largo proceso; asumir que su papel histórico puede ser el de generación de transición entre lo viejo y lo nuevo, lo cual implica iniciar el camino preparados anímica e intelectualmente para la decepción de no conseguir cambios tangibles a poco andar y permanecer en la duda de qué podrá conseguirse; y no perder de vista el hecho de que las agresiones de quienes temen perder sus privilegios, ya multiplicadas, irán aumentando de forma geométrica.

Si en eso consiste ser «más que aguerrido», desde luego la militancia del PSOE se queda fuera de juego. No está ahí la fuerza social capaz de ir materializando los grandes cambios. Lo malo es que resulta cada vez más difícil percibir la presencia de los embriones de esa fuerza en algún otro lugar.

Uso privado de los espacios públicos

La trayectoria que seguimos en Madrid es desastrosa. El Ayuntamiento no parece consciente de que su gestión contribuye a ello.

Anteriormente me he metido con aquello de los usos privados ocasionales de los espacios públicos, cuya principal amenaza es la de ir siendo cada vez menos ocasionales. Vayamos a lo que se ha hecho ya permanente.

Hace algunos años, ese alcalde de Madrid cuyo nombre es mejor olvidar, tuvo la oportunista y demagógica ocurrencia de favorecerse a sí mismo autorizando el aparcamiento de motos en las aceras. Como es habitual en nuestra cultura, la cosa adquirió carta de naturaleza sin normativa alguna o con manifiesto desprecio por la que pudiera existir.

No hace falta aludir a la conocida incivilidad de los motoristas en la vida cotidiana, porque en este caso su comportamiento individualista ha sido alentado desde arriba. Y así es como hemos llegado a una situación caracterizada por la ocupación irrestricta de las aceras y la circulación frecuente de estos vehículos por las mismas. ¿Alguien determinó que las motos no podían ocupar más del 30% (¿60%?) de las aceras para aparcar? Claro que no, y ya puestos nos encontramos con que la circulación peatonal se hace difícil en algunos tramos de gran afluencia motera. ¿Alguien determinó que una moto puede circular por la acera 10 metros (¿50 o 100?) para aparcar en ella? Claro que no, de manera que aparcar otorga vía libre para circular. Ah, y por si fuera poco, se delimitan unas zonas exclusivas para el aparcamiento de las motos en las calzadas. ¿Qué privilegios faltan aún?

Lo peor de este juego demagógico e irracional es que no viene solo. A continuación se inicia otro capítulo dentro del mismo despropósito: el de la bicicleta. Desde discursos ecologistas insensatos hasta justificaciones que se basan en muy matemáticos cálculos de esperanza de vida, toda una batería de individuos y grupos postulan que lo mejor en la ciudad es ir en bicicleta, aunque sea tragando a borbotones esas dulces emisiones de monóxido de carbono.

Puestos a ello, aquel alcalde de pésimo recuerdo empezó a prometer carriles-bici a mansalva. Naturalmente, con la declaración y la medallita ecológica bastaba: nunca se hicieron en el viario urbano, como no fuera algunos de esos carriles señalizados de mala manera para justificar el desaguisado. Y por ahí seguimos: volvemos al discurso facilón, pintamos ridículas figuritas por aquí y por allá, ponemos un letrerito de limitación de velocidad y ya está. A partir de ahí, las bicicletas adquieren la singular propiedad de ser vehículos de calzada o peatones de acera según convenga al pedalista de turno. Y, naturalmente, el individuo en cuestión puede quejarse de los malos conductores al tiempo que atropella a los peatones. Y, naturalmente, eso de los semáforos es para los conductores, que ellos, en el mismo momento de ponerse roja la lucecita, dejan de verla y pasan raudos. Se le ocurra a un peatón protestar por tales incivilidades, que será convenientemente descalificado por anti-ecológico.

Pero lo de ser peatón en Madrid, que yo siempre imaginé que era lo más ecológico, sobre todo desde que comenzamos a caminar erguidos, está cada día más caro. Y nuestra bienamada autoridad municipal echa leña al fuego con las terrazas de bares, cafeterías y restaurantes. Está claro que es una vía de recaudación municipal y no están los tiempos para despreciar unos durillos. Pero, como de costumbre, la ocupación de las aceras no tiene límites. Supongo que el proceso natural es algo parecido a esto: el Ayuntamiento concede la autorización para X metros cuadrados de terraza, nadie confirma que esos X no se han convertido en 2X y nadie verifica si las sillas y las mesas están estrictamente ordenadas o alegremente regadas por las aceras. Si usted no lo ha visto, yo se lo cuento: en algún rincón discreto, el titular del bar, cafetería o restaurante maneja un depósito de mobiliario para tapizar La Castellana, que será convenientemente desplegado si la demanda se dispara, cosa que sucede de forma sistemática todos los fines de semana e incluso en fiestas de guardar. De nuevo lo mismo: se le ocurra a usted, vulgar peatón, decir algo al respecto.

Y así vamos, que últimamente uno empieza a tener la tentación de desafiar a los conductores andando por las calzadas. Me parece que hay más espacio y que los que conducen vehículos de motor tienen más arraigada la convicción de que no hay que hacer picadillo a los peatones.

Autoridad bienamada de esta ciudad: ¿HASTA CUÁNDO?