La sociedad y el edificio institucional que la corona tienen agujeros múltiples y retrasos de siglos, que configuran un desafío histórico descomunal. ¿Podrá con ello una población que sigue estando formada mayoritariamente por súbditos y que carece de representación política transformadora?
En ocasiones, la historia de España sugiere que todo ha sido un camino plagado de despropósitos, bajo la dirección de gentes ineptas, que por cierto son peores que los oportunistas y los ladrones que nos gobiernan en la actualidad, todo hay que decirlo. La pregunta que subyace es inmediata: ¿cómo es posible que una sociedad produzca y encumbre a unas clases dirigentes tan inútiles, que solo se emplean eficazmente en el mantenimiento de sus propios privilegios?
Tras esa pregunta se esconden las grandes cuestiones que jalonan la historia de España en varios siglos. Naturalmente, para abordarlas a fondo es necesario un gran trabajo de identificación, documentación y análisis, pero pienso que no es inútil hacer un recorrido sencillo y breve por algunos hitos decisivos en una trayectoria de notoria decadencia. El propósito es el de ilustrar la idea que es el eje de estas líneas:
La capital del país: ¿el territorio de la mesta o un imperio transoceánico?
Tras varios siglos, el primer asunto parece casi anecdótico, pero resulta en verdad grotesco y tiene consecuencias profundas el que un rey sitúe la capital de su reino en un páramo mientras encabeza un imperio transoceánico. Son los tiempos de Felipe II, del que en diversas versiones de la historiografía de España se sueltan ditirambos casi vergonzantes. En 1561 se estableció la corte en Madrid, y la ciudad fue designada capital de pleno derecho en 1606. Hay una frase apócrifa, atribuida a Carlos I de España (V de Alemania),padre de Felipe, dirigida a su hijo, que dice: «Si quieres conservar tus reinos deja la capital en Toledo, si quieres aumentarlos, llévala a Lisboa, y si quieres perderlos, trasládala a Madrid» (la cronología no coincide, así es que probablemente se trate de una frase crítica construida con posterioridad, que no deja de tener un claro sentido histórico).
Cuando estás iniciando el camino de construcción de un imperio en el que los territorios situados al otro lado del océano tienen y tendrán un enorme peso, sobre todo económico, carece del menor sentido retranquear la metrópolis colonial y centro del poder político hacia un desolado páramo interior y complicarle enormemente las comunicaciones por mar.
Al tiempo, desde Lisboa se dirigía la consolidación del imperio portugués en Brasil, Angola, Mozambique,… Es decir, una capital marítima para un imperio transoceánico.
La debilidad de la metrópoli española no tardó mucho en dejarse ver hacia América, que muy pronto entró en un proceso de paulatina desvinculación política y económica, mientras se descuidaba por completo la presencia en el Mediterráneo, donde España se ha pasado los últimos siglos siempre batiéndose en retirada y recuperando alguna posición casi por casualidad (Baleares, norte de África, Gibraltar,.., sin contar Nápoles, Sicilia, Cerdeña,….).
Si nos situamos en el momento presente, surge de inmediato la analogía: un país cuya pobre presencia internacional se intenta compensar emitiendo señales carentes de contenido y más bien diseñadas para la política interior, como la famosa «Marca España».
El bloque dominante: artífice del sistema de extracción de dineros públicos obtenidos durante siglos del imperio americano
Hoy se denuncia – con frecuencia creciente, es cierto, pero desde hace muy poco tiempo – que tenemos el litoral cubierto de cemento (cerca del 50% de su superficie en el Mediterráneo). Pese a prestar escasa atención al asunto a lo largo de las últimas décadas e incluso glosar las venturas y beneficios de tener setenta millones de turistas, la verdad es que existen rastros de este tipo de barbarie desde tiempos lejanos. Por lo menos esto es lo que cabe interpretar de la hegemonía de los constructores entre el empresariado español: nada de inventar o diseñar, más fácil es apilar ladrillos y añadir mucho hormigón. Y, también, de repente alguien recuerda que había que haber cambiado el modelo de turismo, expresión que vengo oyendo desde hace cincuenta años en sectores vinculados al negocio (en Benidorm, sin ir más lejos).
El único sector que ha acompañado al de la construcción a lo largo de los años es el bancario. Las diversas secciones de la oligarquía han culminado siempre sus aspiraciones fundando bancos.
Pero, claro, los bancos pueden ser agentes activos del desarrollo capitalista o bien acompañar a los constructores, como pasa en España, en los múltiples procesos de acomodación del sistema institucional y del modelo jurídico para seguir viviendo del ordeño de la teta pública. Los grandes negocios se hacen en España al amparo del sector público, sea vaciando las arcas, sea financiando inversiones megalómanas, o, por último, liquidando sectores de servicios públicos para transferir sus segmentos prósperos a negociantes privados.
Nadie viene al rescate, ni entre esos negociantes privilegiados que disponen de las arcas del estado para seguir asegurando sus beneficios, ni entre unas clases medias pobres e incultas que también viven mayoritariamente del sector público. En ese ambiente, quién puede ser el osado que cuestione algo del modelo social imperante. Ni siquiera la iglesia se ve forzada a intervenir en la vida social de una manera que no sea la única que conoce: seguir manipulando a la población y asegurándose la perduración de sus privilegios de siglos. La Reforma o el Concilio Vaticano II no consiguieron, cada uno en su tiempo, poner a la iglesia española en el rumbo de los tiempos, que son desde hace ya muchos años los del capitalismo europeo, cuando la Reforma, o los del Estado social de derecho, en consonancia con el Vaticano II.
Sin burguesía y sin reforma, nos quedamos sin revolución industrial, sin revolución democrática y anclados en la dominación de una religión retrógrada: no hay burgueses sino contratistas de obras y financieros de pacotilla, y todo lo que se tuerce y se roba está exento de culpa por la confesión, que opera como tapadera psico-social de la putrefacción moral.
La convivencia y la moral social
Me cuesta creer que la mayoría de los españoles ignore un hecho tan simple como palmario: vivimos en una sociedad que incumple las normas de convivencia más elementales (el destrozo del mobiliario urbano, la permanente suciedad de las calles, las cacas de los perros, las formas de uso de los espacios públicos,…; parecen meras anécdotas, pero no lo son) mientras agacha la cabeza ante esta oligarquía que durante siglos la ha estado machacando. Rebeldía de andar por casa pero enormes tragaderas en lo que finalmente sigue siendo determinante, y esta sociedad se resigna a que esa oligarquía le siga robando la cartera, ocultando su vergüenza tras una ecuación tan simple como manipuladora: aunque te dejen sin un duro, aunque te echen del trabajo, aunque te devuelvan a las miserias históricas, no pasa nada porque tú puedes saltarte el semáforo sin castigo.
Y la cosa se hace especialmente grave cuando se echa una mirada a la juventud. Aquí el juego de la manipulación está oculto tras la apariencia de la permisividad y la tolerancia. Desde hace ya unos años asistimos a la proliferación de borracheras colectivas, ante lo que me resulta imposible no buscar motivos entre quienes tienen los mandos para evitar o al menos ordenar tales comportamientos: se trata de un juego instigado y tolerado por quienes manejan esos mandos, perfectamente conscientes de que por este camino a esa juventud la imbecilizan y la neutralizan como posible nido de objetores. La ausencia o la inhibición de la juventud en el quehacer político resultan sorprendentes en general, pero mucho más en una sociedad que acumula semejante carga de conflictos y que tiene tales desafíos ante sí, entre ellos la cada vez menor salida para cualquier proyecto de vida de quienes llegan a la mayoría de edad.
Demasiados síntomas que se quedan en anécdotas periodísticas
Todos los días asistimos a una exhibición de síntomas brutalmente negativos que deberían hacernos reflexionar y que deberían seguidamente impulsarnos a saltar en defensa de cualquier proyecto que nos saque de aquí:
Por ejemplo, del funcionamiento del legislativo. La oposición no ha conseguido aprobar una sola ley en nueve meses de legislatura: en los nueve primeros meses de la legislatura el PP ha gobernado a golpe de decreto y el resto de partidos han visto frenadas sus proposiciones de ley. Ni separación de poderes ni acción de control por parte del legislativo. Es un síntoma que va mucho más lejos de lo meramente formal, puesto que representa la pérdida de peso de los poderes no ejecutivos, lo que concentra casi toda la capacidad de acción en la cúpula de un aparato de estado que es manejado siempre con el mismo propósito, de mantener los privilegios históricos de quienes tienen el control.
Por ejemplo, del tejemaneje de los grupos de presión para seguir ordenando el país a su conveniencia: «La Confederación Española de Directivos y Ejecutivos (CEDE) es una entidad que agrupa a diferentes asociaciones de empresarios españoles. Su misión: «Contribuir a la proyección de la imagen social de los directivos y ejecutivos españoles». CEDE «se ofrece como estamento consultivo de la Administración y de los Grupos Parlamentarios». Presidida por Isidro Fainé, presidente de Gas Natural Fenosa, cuenta con una fundación en cuyo patronato aparecen los presidentes o consejeros delegados de varias grandes empresas como Bankia, Repsol, Telefónica, KMPG, Abertis, Deloitte, Barceló, Fujitsu, Mutua Madrileña, Caixabank, KPMG o Bankinter. ¡Buenos chicos! Bajo esta u otras formas, el grupo de presión del gran capital se organiza frente a un legislativo pobre y un ejecutivo propenso a seguir el rumbo que le marcan. Últimamente sólo el judicial está haciendo algo para romper la baraja, probablemente en gran medida por la azarosa combinación de dos factores: el relevo generacional y las exitosas intervenciones del Ministerio de Justicia que inventó lo de las tasas.
Por ejemplo, de la ininterrumpida conexión gobierno-empresas, que asegura las posiciones de éstas a cambio del fuerte apoyo a la carrera de muchos de los altos cargos del gobierno. El caso del sector eléctrico es paradigmático: con Soria, las eléctricas dictaban las leyes al Gobierno, de manera que no necesitamos esforzarnos para averiguar el fondo de la reforma energética de su época en el ministerio. Se consigue así un resultado catastrófico para el país, que se somete a un sector eléctrico cuyo único propósito es asegurar sus ganancias aunque sea a costa de arruinar el conjunto de la economía española. Y así en todo: el Castor, las autopistas radiales y un largo etcétera.
Por ejemplo, de lo fácil que resulta sacudirse la presión de una interpelación o una investigación en el parlamento español: la corrupción del PP la despacha Rajoy al grito de «¡Venezuela!». Ni siquiera en el amplio frente de la corrupción las fuerzas legislativas consiguen jugar de verdad su papel fiscalizador, y no digamos cuando se trata de rendir cuentas por la infinita serie de desaguisados del Ministerio del Interior. A veces se llega a decir casi con temor, pero lo cierto es que un gobierno como el actual de España difícilmente sería posible en otro país europeo, y probablemente muchos de sus miembros habrían acabado hace ya tiempo su carrera política de forma vergonzosa.
Por ejemplo, de las evidencias de que quienes mandan son los mismos de siempre. Hay datos para aburrir, pero la verdad es que no alteran la apacible vida de esta sociedad pastoril. El Ayuntamiento de Guadalajara justifica que los fusilados del franquismo paguen tasas: lo dice en respuesta a la denuncia pública de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), por la reclamación municipal de un pago de 2.057 euros en tasas por la exhumación de Timoteo Mendieta. Militares franquistas manejan la Asociación de Militares Españoles, que edita una revista en la que la apología del franquismo, el machismo y los ataques a la Ley de Memoria Histórica son constantes. El Ejército de Tierra publica una efemérides recordando el «alzamiento cívico-militar» de 1936 (lo hace el 18 de julio de 2017). Este contraste tan dramático solo existe en España, el único país europeo que sigue anclado en la época del ascenso de los fascismos, aunque a veces lo disimule, pero poco.
Por ejemplo, de que la incultura sigue siendo dominante en esta sociedad, tanto por su peso social como por su posición institucional hegemónica: la 1 de TV, hablando de la tramitación de los presupuestos de 2018, nos dice que «esta tarde quedará aprovado el techo de gasto con los votos de PP, CS, PNV y CC». Y la RAE, seguramente al tanto del asunto, se dispone a elucubrar una razón de peso para incorporar la palabreja a su diccionario: ‘es de uso común’. El recurso a la destrucción de la lengua castellana con la excusa de que el habla popular va por donde va parece que pretende ocultar lo más sustantivo: no se llega hasta el nivel del analfabetismo, pero estamos bordeando la liquidación de la ortografía y la sintaxis con la aprobación de la RAE, permitiendo y alentando un proceso de alto riesgo para la comunicación entre las personas. ¿De verdad no hay conciencia de la penosa situación de la expresión oral y escrita en el castellano de España? (no digo nada de las otras lenguas cooficiales porque no estoy informado de su día a día).
Por ejemplo, esa síntesis de la historia política de España que resultará difícil de superar: «Cuando Soraya llegó a Madrid en el año 2000, si hubiera sido el PSOE quien buscaba asesores jurídicos en vez del PP, Soraya habría aterrizado en el PSOE, donde se habría instalado con absoluta tranquilidad. Si tú le preguntas en qué cree políticamente, no hay manera. Yo no he sabido nunca en qué cree», sostiene Margallo (en el libro que estos días se elogia y se destroza al mismo tiempo, sobre Soraya Sáenz de Santamaría). El traspaso PP-PSOE no me escandaliza en absoluto: cuestión de bipartidismo. Pero ‘creer’, no pensar, ¡ojo! Es la síntesis perfecta de la cultura política española, en la que antes que pensar hay que creer. Fidelidad al dogma antes que pensamiento propio.
Por ejemplo, que seguimos situados en la tercera división de las potencias internacionales, y si no que me digan por qué, a raíz de la visita de los reyes al Reino Unido , todos los medios se han dedicado a glosar la vestimenta de Leticia. Yo no tengo muchas dudas de por dónde van los tiros: muy fácil, se trata de salvar la dignidad nacional, porque a lo que ha dicho Felipe todas las respuestas han sido ¡Nein!: soberanía de Gibraltar, protección de las empresas españolas ante las consecuencias del Brexit (a los pocos días salía lo del concurso del tren de alta velocidad), protección de los españoles que trabajan en el RU, etc.
Por ejemplo, … me he cansado: la lista es interminable.
En resumidas cuentas, debería quedar claro que no estamos ante deficiencias que podrían ser abordadas mediante medidas curativas o paliativas, aunque algunas de ellas necesitan en efecto un ataque inmediato, sino ante una profunda crisis de civilización, frente a la cual sólo se puede actuar pensando y formulando un proyecto de nueva sociedad, con la intención expresa de ponerlo en práctica. Pero, no me cabe duda, nos faltan los mimbres para este cesto.
Una cita para terminar
David Torres en publico.es: «De las víctimas el PP lo aprovecha todo», brillante titular del 12 de julio de 2017, terminando el artículo con un aforismo del general Patton…: “Cuando todo el mundo piensa igual es que alguien no está pensando”.
¡Es lo que tiene el pensamiento único! Y de esto en España sabemos un rato.