Democracia de mierda

Todos los días asistimos al espectáculo de una democracia que no llegó muy alto y va cayendo

Las peores manifestaciones del desastre democrático español, un día cualquiera (estamos a 13 de enero de 2017, pero podría ser otra fecha y tampoco habría sorpresa):

«El Gobierno decide este viernes si usa al Tribunal Constitucional para neutralizar a la oposición».

Otra demostración de que Montesquieu no ha sido leído por estos lares.

«Federico Trillo dimite como embajador en Londres antes de ser relevado»

No está en el ADN asumir que existe algo llamado ‘responsabilidad política’.

«Los técnicos de Hacienda denuncian que más del 90% de la evasión fiscal no fue detectada en 2015. Critican que la Agencia Tributaria centró la investigación en los contribuyentes de escasos recursos (pymes, autónomos y trabajadores).»

O sea, lo que se da en llamar igualdad ante la ley.

«El Tribunal de Cuentas se opone a fiscalizar a la Iglesia.»

Es que los miembros del Tribunal tendrían que confesarse antes, y esto lleva tiempo.

 

Hay que reformar de arriba abajo el tinglado institucional de este país. Parece que no tenemos más remedio que intentarlo desde las propias instituciones, porque lo otro sería instalar la guillotina en la Plaza Mayor, y no veo que estén los tiempos para eso.

Pero corre prisa, porque da la impresión de que nos estamos acostumbrando a esta porquería, aunque es verdad que unos más que otros.

No son errores ni desviaciones

Hay que evitar los análisis basados en la presunción de que el adversario se equivoca y de que cada concepto teórico tiene que tener un correlato exacto en la realidad

A menudo me inspiro en una columna publicada en la prensa de internet para dar una vuelta a conceptos y análisis que me resultan sugerentes. En este caso hago referencia a una columna de Jesús Maraña, en infolibre.es, del 9 de enero de 2017, titulada «Democracia: corregir o borrar». Extraigo de ella dos párrafos muy relevantes.

El primero dice:

«¿Queda garantizada esa capacidad de regeneración democrática con la aparición de nuevos partidos o con la fragmentación parlamentaria que ha roto el anquilosado bipartidismo gobernante desde la Transición? Desde luego se despertó esa esperanza desde el 15-M entre amplios sectores de la ciudadanía. Que esa ilusión se vea frustrada o que los partidos tradicionales (y otras instituciones clave, como las financieras o los grandes grupos mediáticos) sigan sin entender nada de lo que está pasando en la calle es una duda que podría quedar despejada en este incierto 2017″.

Disiento de la afirmación de que esos actores «sigan sin entender nada de lo que está pasando en la calle». Los «partidos tradicionales», las «instituciones financieras» y los «grandes grupos mediáticos» lo entienden perfectamente y actúan en ese contexto para impedir que el poder se les escape de las manos. Los procesos de concentración de la riqueza y de exclusión social son enteramente deliberados y tienen un objetivo principal, que es el de garantizar una tasa de beneficio en todo momento, también en plena crisis financiera, inmobiliaria,…, y de crecimiento, para lo cual pueden considerar incluso necesaria una drástica limitación de las libertades democráticas.

Lo peor que podemos hacer en nuestro análisis crítico es achacar errores a quienes actúan contra los intereses populares y contra el juego democrático. Sus intervenciones son perfectamente calculadas, por eso se crea un partido para cubrir una laguna de representación política (eso es Ciudadanos) y por eso se llega a conformar un oligopolio mundial de la información (tres grandes grupos controlan la casi totalidad de la información que circula por el mundo occidental), si nos limitamos a dos aspectos muy visibles de la situación actual. Únicamente deberíamos añadir que, en España, la derecha es neo-franquista y por tanto sus pulsiones naturales van en esa dirección sin necesidad de una teorización neoliberal.

El segundo texto aludido dice:

«¿Hacen falta ejemplos? Uno de los más flagrantes es el hecho de que vivimos en una falsa economía de libre mercado, porque subsisten de facto oligopolios que distorsionan por completo uno de los rasgos clave de la sociedad capitalista. Ocurre en el sector energético, desde la electricidad hasta los carburantes, pero también en el tecnológico o en el financiero».

Es fundamental no caer en la tentación de analizar la realidad a partir de un modelo ideal. El llamado «libre mercado» responde a una conceptualización que contiene en sí misma el germen de la supresión de la competencia, y no porque sea «falsa»; de hecho, la única manera conocida de evitar ‘desviaciones’ monopolísticas en ese «libre mercado» consiste en regularlo desde la esfera pública, es decir, rompiendo su teórica ‘libertad’.

Es la propia economía de «libre mercado» la que engendra los oligopolios, tanto porque todas las empresas, especialmente las grandes, aspiran a ello, como porque la desregulación impuesta por el neoliberalismo lo facilita, pero también, y en España esto es flagrante, porque los gobiernos de la democracia han creado las condiciones idóneas para la consolidación de los oligopolios del petróleo, la energía eléctrica, las telecomunicaciones, las grandes obras públicas,… desde antes del ‘advenimiento’ del neoliberalismo.

El ejemplo de las gasolinas al que hace referencia el autor nos remite a la época de Felipe González (hacia 1990), cuando se desmanteló el monopolio público de Campsa y se sustituyó por el oligopolio, primero público-privado y luego enteramente privado, formado por Repsol-Cepsa-BP. Tampoco se hizo algo para evitar que Telefónica, ya fuera del sector público de la economía, dominara por completo el mercado de las telecomunicaciones, en el que hoy es la cabeza de un oligopolio que pacta precios, tal como lo hacen las petroleras y las eléctricas en sus respectivos mercados. Ni se buscó evitar, sino todo lo contrario, el reparto del mercado de las grandes obras públicas entre muy pocas empresas, que también han organizado su propio sistema de colusión.

El «libre mercado» es un concepto; el abuso de la posición dominante en ese «libre mercado» es una práctica habitual, cuya atenuación o eliminación solo se puede producir a partir de regulaciones impuestas mediante un marco legislativo y unos instrumentos de control que limitan y fiscalizan.

A vueltas con el paro en enero de 2017

La prensa mezcla tergiversación y  aparente incultura económica: el «paro» está en juego. Puede parecer una cuestión menor, pero resulta ser el argumento central del discurso de la ‘recuperación’

Un breve repaso nos pone en situación:

Noticia de publico.es:

«Paro, corrupción y economía, en ese orden, son los problemas que más afectan a los españoles según el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). El paro continúa siendo la principal preocupación de los españoles y la inquietud por este problema ha subido en el último mes casi dos puntos, una vez superada la inestabilidad política, según el barómetro de diciembre CIS, difundido este miércoles».

«El estudio, elaborado del 1 al 11 de diciembre, sigue situando al paro como la mayor preocupación de los españoles, y así lo dice el 74,7% de los consultados, 1,8 puntos más que en el barómetro de noviembre».

El resultado mencionado no sorprende en absoluto tras leer los resultados del último informe de la OCDE, comentado en elconfidencial.es:

Informe de la OCDE acerca del mercado laboral español (la revisión la hace Carlos López), en el que destacan dos observaciones verdaderamente lapidarias: España tiene uno de los mercados laborales más degradados del mundo desarrollado, y a esta mala calidad se une la insuficiente cantidad: junto a Grecia, es uno de los dos países con mayor desempleo entre los miembros de la OCDE.

Noticia de elpais.es:

«El sector financiero encadena siete años destruyendo puestos de trabajo». «La hostelería y el comercio se convierten en los motores de la afiliación».

En infolibre.es:

«Más de tres millones de trabajadores están atrapados en un bucle que alterna empleo precario y paro».

En suma: un mercado laboral en estado de desastre, que mantiene en vilo a las tres cuartas partes de la población adulta, con una tendencia evidente a sustituir empleo productivo por empleo ocasional y de baja productividad, se describe y analiza en la prensa de la manera siguiente:

Editorial de El País: «El reto de la calidad. Las cifras muestran la solidez del crecimiento del empleo. Falta mejorarlo».

En publico.es: «El paro cae un 9,5% en 2016 impulsado por el empleo precario».

En eldiario.es: «El paro registra la mayor caída de la historia empujado por los contratos precarios».

Al mismo tiempo que se hace esta valoración y se vaticina, de manera explícita (El País) o implícita (eldiario.es), un sostenimiento de esta presunta mejoría, se acumulan los temores, por ahora expresados más bien en voz baja, ante la subida del precio del petróleo, la subida del precio del dinero, la devaluación del euro frente al dólar, la prevista caída de la tasa de crecimiento del PIB (una vez agotados los estímulos tolerados por Bruselas) y el empeoramiento de nuestro entorno económico europeo.

No hay más remedio que hacer, ante este galimatías, dos valoraciones directas: 1) Se sigue confundiendo, y da la impresión de que tras esto hay una combinación de tergiversación e incultura, el «paro registrado», reflejado en las cifras aireadas estos días, procedentes del Servicio Estatal de Empleo, con el «paro», cuyas cifras aparecerán pronto en los resultados de la Encuesta de Población Activa del último trimestre de 2016; y 2) Se puede comprender la línea editorial de El País, que se mantiene en su empeño de apostar por la estabilidad política, si es necesario manipulando cifras o lo que haga falta; pero resulta incomprensible el papel que juega en esto la prensa ‘independiente’ de internet, cuyo interés en esta manipulación se me escapa por completo.

El fundamento para todo este juego tramposo es muy simple: el «paro registrado» es menor que el «paro», sobre todo cuando el mercado laboral se encuentra en ‘estado de desastre’ y los parados dejan de tener el menor estímulo para registrarse en las listas, o incluso se dan de baja de la población activa cuando dejan de buscar trabajo. De esta manera, utilizar las cifras mostradas estos días en los términos reseñados permite en apariencia sustentar el discurso oficial sobre la ‘recuperación’ de la economía. Esto mantendrá su eficacia durante semanas o meses, pero entretanto sigue pasando el tiempo y las ideas confusas acerca de la evolución económica dan vueltas sobre sí mismas sin solucionar nada.

Es urgente retomar el hilo

Hay que pensar para actuar en la sociedad. La auto-contemplación es paralizante

Durante el verano de 2015 empecé a vivir de forma que podría llamar atormentada la sensación de que estábamos todos confundidos, que la insistencia cargante en hablar de la crisis en pasado y de la recuperación como un logro ya adquirido solo podía conducirnos a un desastre. Por entonces yo tenía más o menos claro que la derecha emitía un mensaje de su particular interés y que la izquierda lo compraba aunque fuera a regañadientes: en él se venía a decir que estábamos en plena salida de la crisis y ello merced a la inestimable gestión económica del gobierno del PP.

El tormento perdió intensidad gracias a que inicié una febril escritura, dando rienda suelta a mis temores, a mis necesidades de rectificar los análisis ya prácticamente oficiales y a mi vocación de economista crítico: menos mal que encontré una línea argumental que me pareció razonable y la utilicé como eje de un largo artículo escrito durante ese mes de agosto y corregido en septiembre, ya de vuelta en Madrid. Gracias a unas circunstancias que no se repitieron, tuve la suerte de que alguien publicara aquello en dos entregas, de forma que en eldiario.es aparecieron «¿Salida de la crisis o recomposición de la economía mundial?» (el 18 de septiembre) y «Nuevo orden económico: desafíos y respuestas» (el 28 de septiembre). Más tarde colgué en mi blog el artículo único en su versión original, «¿Salida de la crisis o recomposición de la economía mundial?» (el 31 de diciembre).

Con posterioridad he insistido repetidamente en este enfoque, a través de algunas publicaciones en prensa ( en eldiario.es, entre septiembre de 2015 y febrero de 2016, y en infolibre.es, entre enero y mayo de 2016) y de sucesivos artículos en mi blog (a lo largo de todo el año).

Ahora, cuando se ha terminado 2016 y cabe aventurar un pequeño balance, hay que reconocer que, con el correr de los meses, se ha ido abriendo paso una reconsideración de ese enfoque y la izquierda se ha ido distanciando de él. Y hay analistas que dicen «Estamos en un momento de urgencia histórica. La transición hacia nuevos modelos de capitalismo está en marcha,…» (Esteban Hernández, en elconfidencial.es, el 27 de diciembre de 2016); y el mismo autor añade más adelante: «…las élites están acelerando la transformación económica de nuestras sociedades hacia un escenario en el que la desigualdad va a aumentar; y además comienzan a pensar en serio que para que el sistema funcione bien, hace falta menos democracia». Resumiendo esto a mi manera: en efecto está en marcha una ‘recomposición de la economía mundial’, nos encontramos «en un momento de urgencia histórica» y aparece cada vez más abiertamente la evidencia de que los recortes democráticos progresan al ritmo del avance de la desigualdad económica.

Estamos en ese punto y nos encontramos bastante desarmados. El progreso en el análisis de la realidad económica y su perspectiva es todavía insuficiente, lastrado como está por el monopolio ideológico y teórico del neoliberalismo. El análisis y el rearme político tras el fin de la socialdemocracia es no solo insuficiente, además se enfrenta a una encrucijada muy peligrosa: son numerosos los ciudadanos que se han reconvertido políticamente y son ahora seguidores de la extrema derecha; son menos numerosos los ciudadanos que se manifiestan hacia la izquierda, y acumulan circunstancias adversas que pueden resultar determinantes a muy corto plazo: en Grecia, la brutal ofensiva reaccionaria y la acumulación de reveses han arrinconado a la izquierda, a esa izquierda que osó jugársela en solitario contra las fieras del neoliberalismo, encabezado éste por ese ‘cuartel general de la oligarquía’ que toma e impone las grandes decisiones (es igual que aquí lo llamemos IBEX35, puesto que esta denominación «patriótica» solo se refiere a la sección española del ‘cuartel general’). En España, en cambio, aún no hemos alcanzado los peldaños superiores de la pirámide del poder y ya nos estamos atascando, todavía en los prolegómenos y corriendo el riesgo de sabotear nosotros mismos lo conseguido hasta aquí. Y de acumulación de fuerzas a escala europea mejor ni hablamos.

¿Entonces? La respuesta de la izquierda española ha sido la de embarullarse en disputas internas y peleas de gallos. Para la socialdemocracia el desafío es muy poco estimulante: se trata de asumir que los tiempos del pacto del bienestar tras la segunda guerra mundial se han terminado, que la herramienta política encargada de aquellas tareas se ha vuelto obsoleta y que su supervivencia es más bien de mudanza, desde las demandas propias del capitalismo democrático hacia las necesidades de una ciudadanía sometida a pérdidas de bienestar y de libertades en esta deriva del capitalismo del siglo XXI. Para la ‘nueva política’, se trata de actuar contra reloj, resolviendo lo más rápido posible las cuitas internas y abordando las tareas sociales que se acumulan. Para analizar lo que sigue es imprescindible dejarse llevar por un cierto optimismo: los asuntos internos se acabarán resolviendo y se fortalecerán las herramientas del cambio.

Desde la óptica de la construcción de un nuevo modelo económico que no sea el de ese «escenario en el que la desigualdad va a aumentar», hay que reconocer que la visión inicial, esa que nos sitúa en el contexto actual, tiene algo de apocalíptico. No tenemos más remedio que entrar en un análisis de los fundamentos de este capitalismo de nuevo cuño que «las élites» han ido construyendo en las últimas décadas, y hay que reconocer que tales fundamentos son al mismo tiempo sofisticados, bien armados teóricamente, eficaces en el cumplimiento de sus cometidos y lo suficientemente sólidos como para ser difíciles de desmontar. Los tres pilares más fuertes que soportan este nuevo capitalismo son ni más ni menos que: 1) La deslocalización/globalización, así reunidas porque no se entienden la una sin la otra, que sostienen la reorganización del sistema más allá de las fronteras nacionales; 2) La configuración de un denso mapa de paraísos fiscales, en los que se articulan las evasiones manejadas a través de un creciente surtido de herramientas informáticas operativas a escala planetaria; y, 3) La desregulación, que facilita todos los movimientos financieros y permite colocar los excedentes producidos en la industria relocalizada, desplazados sin cortapisas por un libre comercio generalizado y rentabilizados a través de un enorme entramado financiero internacional.

Respecto de estos tres pilares, hay que decir que la cosa no es fácil. La globalización – y su inseparable compañera, la deslocalización – aparece constantemente justificada y elogiada como trayectoria del capitalismo moderno, y se le adjudican un sinnúmero de atributos positivos. La concepción teórica necesaria se ha ido construyendo ad hoc, hasta el punto de borrar la historia económica del capitalismo para olvidar que nació con una revolución industrial, vivió largo tiempo del proteccionismo y se lanzó al libre cambio cuando ya era muy sólido en sus estados-nación de origen y necesitaba ampliar mercados. Hoy en día parece que no hubiera existido todo esto y que los estados-nación fueron poco más que una ocurrencia ocasional para ir abriendo brecha; esos estados-nación cuyo soporte económico principal ha sido desde el comienzo un sistema fiscal potente y eficaz, sin el cual no habría habido estado de bienestar, desde luego, pero tampoco una policía y un ejército. Cuando «las élites» no están ya obligadas a operar dentro del territorio del estado-nación porque tienen los medios para ir mucho más allá a través de la deslocalización y la globalización, deja de ser importante el sistema fiscal y cobra relevancia el mapa de los paraísos fiscales, recurso hoy en día generalizado para la obtención de beneficios extraordinarios. Dicho sea de paso, solo para ciertos segmentos del empresariado capitalista sigue siendo necesario mantener una parte muy significativa de sus negocios dentro de los límites de los estados-nación (la cúspide de este empresariado se encuentra en las grandes constructoras), y son ellos los que organizan el correlato nacional del sistema internacional de paraísos fiscales: la exacción de los dineros públicos a través de la evasión y de la generalización de la corrupción. Una vez llegados a este punto, globalizada la economía y articulados los sistemas nacionales e internacionales de maximización de los beneficios, el modelo necesita disponer de nuevos mecanismos de acumulación ampliada, momento a partir del cual adquiere toda su importancia el discurso y la acción encaminados hacia la implantación de un entramado económico mundial desregulado: plena libertad de acción para todos los negocios a escala planetaria.

Descritos así, de una manera simple, los tres pilares tienen toda la apariencia de ser difíciles de desarticular.  Por lo pronto, no hay duda de que desmontarlos verdaderamente exigirá una acción internacional concertada. Para el nivel nacional, solo se puede aspirar a restar fuerza a sus apoyos y a suprimir los componentes más estrechamente vinculados con el marco jurídico y con las prácticas administrativas de cada país. Por esta razón, la lucha contra la corrupción no es solo ni principalmente una cuestión moral, ni siquiera puramente judicial, sino que se trata de liquidar uno de los principales soportes económicos en España del modelo capitalista que se viene imponiendo. Asimismo, algunas prácticas que no forman parte simplemente de la corrupción tendrán que ser suprimidas, como el favor fiscal que se hace a empresas con sede en España (por cierto, a estas alturas ni siquiera «españolas») en el momento de adquirir compañías en otros países para extender sus negocios y desplazar sus obligaciones tributarias.

Por estas y otras razones resulta doblemente inaceptable que la izquierda se enrede en disputas menores. El tiempo corre en contra nuestra, porque esos pilares se hacen más fuertes y porque decenas de miles de millones de euros desviados del gasto social a otros fines nunca se recuperarán: una aritmética muy simple nos indica que diez años de tales prácticas se han podido traducir en 100 mil o 200 mil millones de euros que no han ido en ayuda de las gentes necesitadas y han sido a cambio empleados en reforzar esos pilares y en nutrir los privilegios del famoso 1% que está al mando de la cosa.

Nuestra urgencia es extrema y ni siquiera somos capaces de modificar los componentes nacionales del entramado. Pero es necesario recordar una y otra vez, porque se olvida muy fácilmente, que hablar de la globalización sin comprender su alcance no aporta nada: ella significa que lo que en tiempos se regulaba y sometía a un marco jurídico pactado entre las clases sociales y las fuerzas políticas de un país ahora se organiza a escala mundial a partir de acuerdos de los que hasta nos esconden sus contenidos mínimos (léase TTIP). No disponemos todavía de la fuerza social para luchar por la transformación de esta sociedad enferma y no estamos ni siquiera abordando seriamente la construcción de una fuerza supra-nacional sin la cual todo esto se quedará en agua de borrajas.