Vuelvo a la carga: retomo aquí un asunto a mi juicio crucial, del que anticipaba ideas en «Fin de época», publicado en este blog el 9 de abril de 2016
Entiendo necesario precisar los términos: «crisis» es, aparte de un término económico convencional (se llama crisis a la repetición en dos trimestres sucesivos de tasas negativas de crecimiento del PIB), un fenómeno cíclico descrito desde tiempos lejanos, anteriores a la implantación y consolidación de la sociedad capitalista. «Fin de época» llamo yo al momento histórico en que se pone en marcha un proceso consistente y deliberado de redefinición de los parámetros de una sociedad, que parece desencadenarse cuando los que manejan los resortes del poder empiezan a constatar que la reproducción ampliada de la economía se encuentra cerca de su techo. «Crisis» es en gran medida un suceso no buscado, al que contribuyen numerosos factores y actores de manera prácticamente involuntaria. «Fin de época» es el inicio de un proyecto de consolidación de posiciones dentro de la sociedad capitalista, dirigido de forma consciente por quienes tienen el poder para ello.
Partiendo de este punto de vista me atrevo a realizar la serie de consideraciones expuestas a continuación. Y utilizo como coartada un debate organizado recientemente por CTXT-Público:
Medios, intelectuales y política: UN DEBATE LARGAMENTE APLAZADO
Se encabeza la presentación con una introducción al debate de la que reproduzco un párrafo textualmente (estamos en abril de 2016):
La crisis que ha vivido España ha producido un cuestionamiento general de las estructuras políticas y económicas del país, generándose un debate inédito sobre nuestro sistema político y sus límites. Dicho debate no podía dejar de alcanzar al papel de los medios de comunicación y de los intelectuales en una sociedad quebrada generacionalmente (el subrayado es mío).
Desde aquí se anuncia que la orientación del encuentro y el debate se enmarca en una idea a mi modo de ver errónea, sintetizada perfectamente por la frase «La crisis que ha vivido España…».
Siguiendo esta línea discursiva, en «CERRAZÓN POLÍTICA E INTELECTUAL», Ignacio Sánchez-Cuenca dice textualmente en los inicios de sus dos primeros párrafos: «La crisis económica que golpeó a España a partir de 2008 no fue muy distinta de la que vivieron muchos otros países europeos» y «La crisis dejó a España en una posición muy delicada.» Son párrafos dedicados a la crisis económica, como el tercero y el cuarto. Los cuatro párrafos tienen en común la referencia al pasado, a algo que ocurrió y ha dejado consecuencias indeseables. De todo esto, según el autor, se deriva «una crisis de legitimidad del sistema» (los subrayados son míos).
Antes de entrar en materia me parece indispensable recordar algo particularmente grave y que fortalece mi idea de que no estamos en una crisis que se cierra y asunto acabado, sobre todo en España, que arrastra lacras históricas: nuestra sociedad se encuentra en el penoso estado de una descomunal miseria moral, de una debilidad económica que ya es ancestral, de una penuria cultural que se deja ver por todos los rincones, de un galimatías institucional que nadie sabe cómo arreglar, y podemos seguir mencionando todas las facetas de la vida social.
Por eso me parece esencial ahondar en la cuestión antes planteada. No hemos asistido a una crisis que estaría en vías de solución sino que estamos en pleno proceso de consolidación de los nuevos parámetros de la sociedad capitalista. El pacto que siguió a la Segunda Guerra Mundial y dio nacimiento al estado de bienestar está roto desde hace años, y en su nueva época esta sociedad, dirigida por el 1% más rico (aunque poco ‘científica’, esta expresión es útil para abreviar, además de que cualquier lector avisado entiende de qué se está hablando), avanza en dos frentes sin duda convergentes:
1º No hay una crisis como cualquiera de las habidas en la típica trayectoria cíclica de los sistemas económicos que los humanos nos inventamos, sino una consolidación del nuevo modelo de distribución de la riqueza, cuya finalidad principal es la de asegurar la posición privilegiada de los ricos. Con el nuevo modelo en construcción muere la necesidad de mantener tasas constantes de crecimiento del PIB: se trata de que la parte del PIB que se apropia el 1% más rico mantenga o incremente sus valores absolutos, y solo subsidiariamente de aumentar el PIB (la evidencia es escandalosa: el ritmo de aumento de las fortunas de los más ricos triplica o cuadruplica el ritmo de crecimiento del PIB).
2º Ese 1% no tiene, a partir de aquí, motivo alguno para mantener el juego político democrático, que se hace cada vez más disfuncional a medida que crece el abismo que lo separa del resto de la sociedad. Este juego formaba realmente parte del pacto de la posguerra y ahora, en cambio, puede poner en riesgo el proceso de consolidación de la supremacía económica de ese 1%. La pérdida de derechos democráticos para los más desfavorecidos acompaña necesariamente al aumento de la desigualdad que los perjudica.
Esto es lo que me parece necesario pormenorizar. Es una primera aproximación en estado bruto, pero espero que sea suficiente para avanzar algunas ideas sencillas.
La parte más simple y directa es la que centra su atención en la democracia representativa: no interesa más que a los castigados por la desigualdad, porque es su única herramienta de lucha para evitar la miseria absoluta. En consecuencia, la pérdida de derechos seguirá avanzando y en este proceso los instrumentos de los ricos están ya probados: la ultra-derecha, allí donde hay espacio y necesidad de ella, la actuación ultra-reaccionaria de la derecha clásica, allí donde esto resulta más práctico. Las respuestas a esta ofensiva son todavía muy débiles, por diversos motivos, entre los cuales están en un lugar predominante la difícil asunción por las clases medias de su condición de víctimas necesarias y la lenta adaptación de las herramientas políticas a las nuevas exigencias sociales.
La parte más compleja es la que se refiere a la evolución del modelo económico, puesto que éste constituye el fundamento principal de todo el entramado. En primera aproximación, son de gran interés algunas de las vías abiertas en las últimas décadas, porque ilustran bien el camino que se ha ido siguiendo y el nuevo modelo que se va gestando para garantizar unas bases mínimas de reproducción del sistema de privilegios de ese 1%. En concreto:
Las burbujas, repetidamente revisadas en artículos anteriores (Desde «A vueltas con las burbujas», publicado en eldiario.es en noviembre de 2015, hasta los sucesivos artículos publicados en mi blog: «Más burbujas ( 31 de enero de 2016), «Poniendo al día las burbujas» ( 7 de marzo de 2016), «La reveladora historia de Yahoo!» ( 4 de abril de 2016), «La burbuja ‘tecnológica'» ( 3 de mayo de 2016 ), constituyen una apuesta de «último extremo», porque entran rápidamente en la fase de rendimientos decrecientes, comenzando por grandes beneficios y llegando demasiado pronto a tasas menores y a la aparición de pérdidas (la historia de los 25 años de Yahoo! es muy ilustrativa a este respecto). Las burbujas siguen procesos reiterativos de eclosión, fulgor y muerte de productos y mercados, con vidas cada vez más efímeras y de menor vigor expansivo. Naturalmente, no están concebidas de la manera descrita por quienes las impulsan, pero resulta que su trayectoria es aproximadamente esa en la mayoría de los casos: no sostienen ni parece que vayan a sostener a largo plazo la vida del capitalismo del siglo XXI. Esto no es Henry Ford inventando las cadenas de montaje.
En este apartado, nuestra particular aportación ha sido la burbuja inmobiliaria.
La sobre-explotación de personas y recursos como soporte del capitalismo «moderno», de la que oímos y leemos ejemplos dramáticos en países asiáticos y africanos hasta los que llegan los tentáculos de las ejemplares empresas exitosas de nuestro mundo actual. Y pocos analistas se sustraen al encanto de esos éxitos, entre los cuales destaca muy en particular el del grupo Inditex. Pero, tras éste, todos los conglomerados y las grandes empresas van dejando a la vista las miserias de sus procedimientos: ¿Tres mil horas extra no pagadas del Banco Sabadell? ¿Mil muertos en una fábrica de confección en Bangla Desh? ¿Miles de niños-esclavos trabajando para las grandes empresas en Birmania? ¿Miles de niños-soldados combatiendo en África y consumiendo ese armamento que les vende nuestra industria militar? Esta corta relación es muy poca cosa dentro de la gigantesca sobre-explotación del trabajo y de la naturaleza a escala planetaria.
En este apartado hemos dado una lección a quien quisiera verla, con la promulgación de una nueva legislación laboral que nos permite irnos acercando a esos ejemplos de Asia y África.
El saqueo, como uno de los fundamentos principales del modelo económico que se ha ido consolidando en las últimas décadas. La economía del saqueo se extiende desde la evasión y todas las trampas vinculadas a los paraísos fiscales hasta el vaciamiento sistemático de las arcas públicas por la alta burocracia del estado y sus adláteres. Nadie hará nada para eliminar los mecanismos de evasión y fraude, de manera que los estados nacionales seguirán perdiendo gran parte de sus recursos fiscales y consiguiendo el balance exigido mediante la supresión de gastos sociales. Nadie hará nada para evitar que se vacíen las cajas del sector público ni para cerrar el grifo de las puertas giratorias, que permiten al fortalecido ejército de corruptos hacer sus operaciones tanto desde la esfera pública como desde la privada.
Aquí, probablemente, aportemos más que nadie, sobre todo en materia de saqueo institucionalizado.
Y una cuestión adicional que no es menor: el trastoque de las reglas de la empresa capitalista, que es una expresión lapidaria del fin de época. Una noticia reciente en la prensa resume perfectamente esta cuestión: » Un consejero de las sociedades que cotizan en Bolsa cobró el año pasado de media 344.000 euros, un 8,2% más que en 2014 (alrededor de un 80% más que cuando empezó la «crisis»). La cifra multiplica por más de siete el alza de los salarios de los trabajadores en 2015, que fue sólo del 1,1%. Y triplica el crecimiento de los beneficios empresariales, un 2,53%». No solo se empobrece a los trabajadores, sino que además se traspasa la riqueza creada por ellos desde los accionistas a los directivos de las empresas, rompiendo uno de los soportes fundamentales del sistema: la retribución al riesgo.
Y aquí, el solo hecho de poder ponernos directamente de ejemplo ya nos sitúa en un nivel superior.
Son probablemente los 3 + 1 principales fundamentos del modelo capitalista del siglo XXI: operar con mercados cada vez más frágiles y efímeros; explotar los recursos, sobre todo los humanos, como si estuviéramos retornando a la esclavitud y a los imperios coloniales; saquear los dineros públicos de forma extensiva e intensiva, sean supra-nacionales, nacionales, locales,…; poner del revés la distribución de la plusvalía. Sobre estas bases no cabe duda de que el modelo difícilmente puede tener una larga vida, pero en ese recorrido, corto o largo, seguirá sumiendo en la miseria a segmentos cada vez más amplios de la población, esos que no pertenecen al 1% privilegiado, y destrozando el medio sin contemplaciones.
En este contexto, haremos bien si orientamos nuestro esfuerzo hacia el análisis de las nuevas condiciones económicas y sus implicaciones para la sociedad, el sistema institucional, las formas de representación política, el modelo cultural, etc., en lugar de abordar estas cuestiones como si se tratara únicamente de analizar su estado «tras» la crisis. Por eso, tomando el asunto inicial como primera inspiración, la reflexión sobre el papel de los intelectuales no puede circunscribirse a constatar, como se hace en algunas intervenciones, su escasa presencia en la vida actual de las sociedades europeas y su casi generalizada adscripción a las posiciones más reaccionarias en la defensa del status quo. La cuestión es explicar las razones de esta situación y, a mi entender, buscar en el «fin de época» la presencia o ausencia de demandas de la sociedad hacia estos actores en otros momentos tan determinantes. Quizás tenga sentido concluir que si se sigue imponiendo el pensamiento único hasta el extremo que hemos llegado quede finalmente poco o ningún espacio para los intelectuales críticos, y que mientras no seamos capaces de situar en primera línea la discusión acerca del camino que seguimos, el estado actual de las cosas y las consecuencias previsibles, más allá de una presunta superación de la «crisis» y de sus negativas consecuencias inmediatas, difícilmente podremos asistir al renacimiento del pensamiento crítico.