Recuperación económica y transformación social

«Cambio», palabra mágica que suele vivir entre nosotros con ocasión de contiendas electorales supuestamente decisivas para nuestro futuro como  sociedad; llegado el momento, sin embargo, tiende a perder su identidad y a trocarse en mero recurso discursivo.

 

Nuestra terrible realidad, en infoLibre.es:

«El FROB permitió a sus directivos mantener durante dos años contratos y sueldos que incumplían la ley»

«Una enfermera renuncia a su puesto tras verse obligada a atender sola a 36 pacientes en un hospital de Málaga»

Y el contexto europeo. en ctxt.es:

«Barroso a Goldman Sachs: la última patada a la legitimidad de ‘Bankeuropa’. La decisión del político de presidir el controvertido banco de inversión, con graves responsabilidades en la crisis financiera, es otro empujón hacia el desprestigio de la UE. Crecen las voces para llevar el caso al Tribunal de Justicia.»

¿Qué hacemos con esto? Lo del FROB es una de muchas manifestaciones de la podredumbre institucional española; lo de la enfermera de Málaga es una, entre otras, de las evidencias del proceso de liquidación de nuestro estado de bienestar; lo de Durâo Barroso  es la más directa forma de indicarnos que el poder financiero está al mando y premia a sus fieles servidores.

Tenemos que romper el modelo institucional que, además de mostrar cada vez más su ineficiencia, deja ver que contiene todos los gérmenes necesarios para contribuir a la descomposición general de la sociedad. Tenemos que revertir la tendencia liquidadora de nuestro estado de bienestar, ese estado pequeñito que estaba en gestación, dejó de crecer y ahora se vuelve decrépito como si sufriera una vejez prematura. Todo esto está muy bien, pero no tiene mucho valor sin acabar en un proceso paralelo con la dominación del poder financiero y con este modelo  en el que la economía real va camino de convertirse en un mero residuo del pasado, porque lo realmente actual es dedicarse al juego especulativo (eso que tan acertadamente ha sido bautizado como ‘capitalismo de casino’).

A la política en España tenemos que pedirle que se haga cargo. Los políticos no son sino titulares nominales circunstanciales en esta batalla, que tiene que librarse en el campo de la política contingente sin perder de vista en ningún momento la perspectiva estratégica. Desde esta óptica quiero volver a un planteamiento ya expuesto en este blog, y lo hago con la impensable desfachatez de citarme a mí mismo: «Recuperar el crecimiento económico es una necesidad inmediata por motivos de supervivencia. Pensar en un nuevo modelo económico que nos permita evitar la extensión de la miseria es una apuesta de futuro. Táctica y estrategia, con la vista puesta en la alternativa que se puede construir más que en lo que se perdió. Táctica: una política socialdemócrata para recuperar el aliento. Estrategia: una política transformadora que vaya armando el nuevo modelo económico» (publicado el 25 de junio, bajo el título «Apuntes para repensar la superación de la crisis»).

Esto es lo que cualquier estrategia de «cambio» tiene que plantearse y proponer a los ciudadanos. Vaya por delante que esto no excluye a los súbditos, como mínimo esos siete millones de electores que cierran su cerebro, tragan con la porquería que nos ahoga y votan por el continuismo, que deben ser captados a través de un discurso atractivo y firme para sumarlos al esfuerzo colectivo. Pero a los ciudadanos, desde luego, no se les puede ofrecer un camino fácil para recuperar alguna de las pérdidas ocurridas en el curso de esta «crisis» (pongo las comillas porque esto no es una crisis; más bien se parece a la «Crisis», con c mayúscula, de Varoufakis); en definitiva, todo el entramado necesita una reconstrucción, de lo contrario las pequeñas recuperaciones se perderán en la inmensidad del desastre que avanza y del que pocos parecen querer anticipar seriamente las dimensiones.

Con esta visión de la situación por delante, resulta evidente la enorme importancia de acertar con los planteamientos políticos asociados a ese «cambio». Hacer política socialdemócrata en el sentido de facilitar la reaparición de algunas de las grandes aportaciones del estado de bienestar tiene lo que hemos dicho, un alcance táctico, que viene a poner en su lugar las exigencias urgentes de la ‘calle’, pero no garantiza nada respecto del futuro cercano que se inicia tras la inmediatez de las medidas de atenuación de los efectos del empobrecimiento. Sobre todo porque nuestra pobreza económica y social está anclada en gran medida en una descomunal miseria moral y cultural, y ésta no se cura con socialdemocracia, puesto que nunca ha sido para ella un objetivo reconocido. La fuerza moral y cultural de las sociedades europeas de la posguerra es lo que ha sostenido todo el edificio del estado de bienestar. Cuando esos valores se han dejado atrás han empezado a resquebrajarse los cimientos. Y ahora, en las actuales circunstancias, podemos actuar para evitar el colapso del edificio, pero no para asegurar su supervivencia prolongada. Y aquí es donde entra necesariamente la estrategia de transformación.

Es obligatorio recordar la clave de la cuestión: se trata de explicar y convencer de la necesidad de pasar del camino directo y «fácil» de la recuperación al camino largo y «difícil» de la transformación. Ahora sí: recuperación y transformación, esto es el cambio. No vale pretender que la estrategia política tenga una buena acogida por parte de la gente a través de inocular la idea de que hay un camino fácil consistente únicamente en no hacer las cosas tan mal como las hace la derecha española. La perspectiva de largo plazo solo puede transmitirse y hacerse creíble si al mismo tiempo se explica que esta sociedad necesita una transformación integral, en la que sin duda estará el componente económico, pero tendrán papeles más determinantes a la larga la reconstrucción moral, la renovación cultural y la recomposición institucional.

Y, ojo, no olvidar la Unión Europea. No ya por el Brexit y sus consecuencias, ni siquiera por la evidencia de que la moneda única se ha levantado sobre una arquitectura imposible, sino porque los intereses que están detrás de la imposición de la austeridad siguen ahí, tan  potentes y unilaterales como siempre, pasando por encima de los pueblos de Europa (recordar que lo que ahora parece una exclusiva del sur acabará por extenderse al norte, y los pueblos germanos, escandinavos, etc. tienen ya y tendrán también su ración de empobrecimiento).

En suma: recuperación de bienestar, transformación social en profundidad y mantenimiento de la concepción supra-nacional del futuro de Europa. Esto tiene que centrar la formulación y la puesta en práctica de las nuevas políticas, sin caer en la tentación de parecer blanditos para no asustar, sobre todo porque es el propósito de estas nuevas políticas, pero también porque el «susto» no es una cuestión objetiva sino un estado de ánimo manejable a voluntad por las campañas de defensa de los privilegios de quienes han mandado en España durante siglos.

Memoria de América Latina: ignorancia y manipulación

Demasiado a menudo …. Otra pincelada para romper el molde

 

Un tal Carlos Prieto, asiduo de elconfidencial.es, despacha una alusión a una persona que aquí no interesa con la siguiente expresión: «fue condenado junto a dos miembros del MIR -grupo armado contra el pinochetismo – …».

Tengo la peor de las opiniones acerca de una colección de individuos que dedican su tiempo a todo tipo de descalificaciones, afirmaciones arbitrarias, expresiones zafias y manifestaciones diversas de su muy excelsa incultura. Pero esto es una simpleza que lo pone en evidencia: este individuo no tiene la menor idea de qué habla cuando alude a un «grupo armado contra el pinochetismo». Y, repito, no me interesa quién es ese condenado al que alude, sino esta manifestación, una más, del tremendo desconocimiento habitual con el que se hace referencia a acontecimientos pasados e incluso a la historia reciente de América Latina.

Tengo en el recuerdo dos primeras impresiones nada más llegar a Madrid: la primera, que ha ido quedando atrás gracias a una mejor información sobre aquel continente en esta materia, nacida de la pregunta acerca de lo que estaba comiendo en una casa a la que había sido invitado: ‘esto es un tomate’, ¿se come en América? Mi reacción de perplejidad resolvió la incógnita. La segunda, que subsiste hasta hoy y se ha generalizado de manera inquietante, se refiere a los estadounidenses, a los que en el lenguaje común en España se denomina ‘americanos’, repitiendo la auto-denominación que ellos emplean. Para alguien que ha vivido parte de su vida en América Latina, como es mi caso, un ciudadano de los EEUU es un norteamericano – con el consiguiente enfado de los mexicanos, por cierto -, cuando no un yanqui o un gringo, jamás un ‘americano’. Quedan algunos españoles de bien que no emplean esta designación, pero pocos.

Estoy seguro, por otro lado, de que el continuo recurso a Venezuela, que ya ha terminado, una vez pasada la fecha electoral, ha empezado para mucha gente recurriendo a la Wikipedia a fin de averiguar dónde diablos estaba ese país. Y, desde luego, la forma de aludir a la situación venezolana, aparte de interesada, es reveladora de la total ignorancia acerca de la historia de Venezuela. No sé si apenarme por ellos, pero la oposición venezolana probablemente nunca ha sido del todo consciente de cómo ha sido utilizada para fines que no tienen la menor relación con su presunta lucha por la democracia en su país.

Este par de pinceladas solo sirve para dibujar un contexto sencillo: el del desconocimiento de la historia de esa América Latina que durante más de cuatro siglos fue la otra mitad de España. Y  en este caso concreto, el desconocimiento de ese Chile al que alude Prieto. El MIR del que habla surgió muchos años antes del golpe de Pinochet, como organización política que intentaba romper con el oligopolio de la izquierda chilena, una izquierda instalada en el equilibrio social histórico de socialistas y comunistas, que hacía de la chilena una sociedad bastante estable políticamente a base de excluir a una proporción importante de sus miembros. Los sucesivos intentos por incorporar a esos sectores excluidos, principalmente campesinos y habitantes de la periferia miserable de Santiago de Chile y otras ciudades, se saldaron con una importante inestabilidad, que fue creciendo desde la etapa demócrata cristiana de fines de los sesenta, se exacerbó durante el gobierno de izquierda de los primeros setenta y finalmente se resolvió a favor de quienes apoyaron el golpe de estado. Y todo ello en una sociedad de larga tradición democrática, con una cultura política capaz de generar organizaciones sindicales y estudiantiles muy activas y potentes, que tuvieron un papel principal en la época de gobierno de la Unidad Popular. El MIR actuaba políticamente en ese medio y, pese a sus elaboraciones muy cercanas a la lucha revolucionaria en América latina y a los postulados sobre la inevitabilidad de la lucha armada, nunca la practicó en democracia. Su actuación en este sentido durante la dictadura siguió, por lo demás, al asesinato de algunos de sus principales dirigentes tras el golpe de estado. No hace falta extenderse más: decir de esta organización que era «un grupo armado contra el pinochetismo» es una simple demostración de ignorancia y falta de respeto por la historia.